Íngrid y Pacho de Roux lograron el milagro
- Patricia Lara Salive
- 18 sept 2020
- 3 Min. de lectura
A los cuatro años de firmado el Acuerdo de Paz, por fin los dirigentes del partido FARC entendieron y, lo más importante, sintieron el inmenso dolor y el mal tan hondo que les causaron a sus víctimas y a la sociedad colombiana con el secuestro.
El milagro lo produjo la entrevista que, con su enorme profundidad espiritual, el padre Francisco de Roux, presidente de la Comisión de la Verdad, le hizo a Íngrid Betancourt, quien duró seis años y medio secuestrada por las Farc, encadenada gran parte del tiempo, humillada y privada no solo de su libertad sino de su dignidad.
El choque que en la conciencia de los ex-Farc produjeron las profundas preguntas de Pacho de Roux y las brillantes, humanas y filosóficas respuestas de Íngrid se constata en la declaración que emitieron sus dirigentes una vez vieron la entrevista, pues en ese texto, por primera vez, llaman las cosas por su nombre y no justifican el secuestro con la disculpa de que era un arma de la guerra.
Así como hace poco escribí una dura columna en la que criticaba la renuencia de los ex-Farc a reconocer el reclutamiento de menores de edad y los abusos sexuales cometidos por algunos, hoy destaco que en su declaración sobre el secuestro hicieron afirmaciones como estas:
“Estamos aquí para, desde lo más profundo de nuestro corazón, pedirles perdón público a todas nuestras víctimas de secuestro y a sus familias”.
“El secuestro solo dejó una profunda herida en el alma de los afectados e hirió de muerte nuestra legitimidad y credibilidad (…) Tuvimos que arrastrar ese lastre que hasta hoy pesa en la conciencia y en el corazón de (…) cada uno de nosotros”.
“Sentimos como una daga en el corazón la vergüenza que nos produce no haber escuchado el clamor de Andrés Felipe Pérez, quien murió esperando reencontrarse con su padre”.
Finalmente, los dirigentes del partido FARC se comprometen a “rendir cuentas ante la justicia” y a “invertir cada día del resto de (sus) vidas (en) recomponer el mapa de los desaparecidos y buscar sus restos para entregarlos a sus seres queridos”.
Ese lenguaje sin arrogancia y ese arrepentimiento son lo que el país espera en las declaraciones y actitudes de los ex-Farc. Pero aún les queda un largo camino por recorrer: aun cuando parece que ya algunos comenzaron a hacerlo, todavía deben reconocer y aceptar ante sí mismos, con igual arrepentimiento, el dolor y el mal tan grande que les causaron a tantos niños y niñas que, por una razón u otra, con una justificación u otra, ellos permitieron que se involucraran en la guerra. Reconocer esa verdad que tanto les cuesta, porque en muchos casos atenta contra sus propios principios, no les hace daño. Al contrario: los enaltece y los libera. Por eso vale la pena recordar lo que uno de los firmantes de la declaración le dijo a Pacho de Roux, según le contó él a Yamid Amat: “Siento que nosotros, los de las Farc, al firmar este documento nos hemos salido de una cárcel de alambre en la que nosotros mismos estábamos metidos. Estábamos encerrados en el pasado y hoy nos hemos abierto hacia el futuro con una enorme decisión”.
Por ello es importante reconocer el gesto de los dirigentes del partido FARC, impulsarlos a que sigan por ese camino, a ver si un día, por fin, las víctimas y el país consiguen perdonarlos. Y hay que darles las gracias por haber obrado el milagro a Íngrid Betancourt, a la Comisión de la Verdad y a Francisco de Roux, a quien el país no imagina aún cuánto tendrá que agradecerle en el futuro.
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