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Al oído de Carlos Holmes Trujillo

  • Foto del escritor: Patricia Lara Salive
    Patricia Lara Salive
  • 24 ene 2020
  • 3 Min. de lectura

“La gran pregunta en el poder es a quién creerle”, dijo Gabriel García Márquez en El olor de la guayaba. Y en el título de su prólogo para La guerra por la paz, libro de Enrique Santos Calderón, se preguntó: “¿A quién le cree el presidente?”.

Es que el aislamiento y la soledad de los poderosos eran obsesión para nuestro primer premio Nobel. Y esa debería ser también la preocupación de quienes están en el poder. Pero casi nunca lo es, pues ellos viven rodeados de áulicos que los desinforman según sus intereses y les dicen no la verdad, sino lo que quieren oír, así como al patriarca de El otoño le imprimían un periódico especial para que solo él lo leyera.

Pues bien, como lo ha visto el ministro de Defensa, Carlos Holmes Trujillo, en el Ejército y en la Policía están ocurriendo cosas muy graves, las cuales, por fortuna, han salido a la luz gracias al valor y el profesionalismo de los investigadores de la revista Semana y a la indignación que a los militares y policías honestos, que afortunadamente aún son la mayoría, les produce ver manchado el honor de sus queridas instituciones.

Con seguridad faltan más hechos bochornosos por salir a la luz. ¡Y eso es bueno para el Ejército, porque equivale a reventarle un forúnculo dañino y doloroso! Pero si esos hechos se publican y no pasa nada, es decir, si el presidente y el ministro se limitan a dar declaraciones tibias y no destituyen fulminantemente a los sospechosos, sin esperar a que pasen años hasta que la justicia decida si son culpables o no, el mal ejemplo cunde. Los militares y policías que no sean absolutamente honestos acabarán sintiéndose autorizados para enriquecerse a base de desviar hacia sus bolsillos fondos reservados y cosas por el estilo; o, lo que es peor, a base de hacerse los locos para que los mafiosos, los mineros ilegales o los que se oponen a los reclamantes de tierras hagan sus fechorías, entre ellas, asesinar a los “estorbosos” líderes sociales.

Creo que desde el punto de vista humano no hay que ser tan severos con esos uniformados que andan por los territorios, porque los delincuentes los ponen en una difícil disyuntiva: o no les cooperan y los matan; o les cooperan y, a cambio, les llenan los bolsillos de plata. Sin embargo, desde el punto de vista institucional, sí hay que ser muy severos porque, de lo contrario, el Ejército y la Policía se desintegran y el país queda entonces en manos de las mafias. Es lo mismo que sucede en las familias: si un hijo comete un delito menor y, de inmediato, sus padres no lo frenan y sancionan ejemplarmente, el muchacho se siente autorizado para cometer faltas cada vez más graves y, al cabo del tiempo, se convierte en delincuente.

Ahora, además de los investigados, ¿a quiénes hay que sacar del Ejército y la Policía? Para saberlo, ministro, usted debe hablar con muchas fuentes, no solo militares, policiales, gubernamentales o políticas; también busque fuentes independientes, confiables, bien informadas...

Usted tiene en sus manos una gran tarea y una oportunidad de oro: limpiar ya el Ejército y la Policía. Si no la hace, pasará por el Ministerio sin pena ni gloria y el país pagará las consecuencias de su inacción. Pero si saca a los pillos, se consagrará, los militares y los policías honestos se lo agradecerán, el país lo admirará y, a lo mejor, por gratitud y reconocimiento, hasta cumpla su sueño en el 2022.

¡Piénselo, ministro!

Y una buena noticia: me dicen que el nuevo comandante del Ejército, general Eduardo Zapateiro, es honesto.

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