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Al oído del Eln

  • Foto del escritor: Patricia Lara Salive
    Patricia Lara Salive
  • 3 nov 2016
  • 3 Min. de lectura

Ojalá se inicie ya, sin más dilaciones, el diálogo público entre el Gobierno y el Eln.

Ojalá el Eln entienda que debe ir más allá de los recientes compromisos adquiridos con el Gobierno y liberar ya a todos los secuestrados, porque Colombia ha sufrido tanto con el secuestro que no lo tolera como método de lucha. Ojalá hayan aprendido las lecciones y no cometan los mismos errores de las Farc. Ojalá hayan entendido el resultado del plebiscito. Ojalá comprendan el significado de las movilizaciones que reclaman un “acuerdo ya”. Ojalá aprovechen la oportunidad de contar, por año y medio más, con un presidente que se la juega por la paz. Ojalá no defrauden a la sociedad civil que dicen defender. Ojalá se vuelvan habitantes de este país y no de uno que se inventan ellos.

Es que si algunas lecciones dejaron estos cuatro años de diálogos con las Farc y de apariciones públicas de sus dirigentes fueron las de que su arrogancia, sus dilaciones de la negociación, su desdén inicial por las víctimas, su pretensión de justificar el dolor que causaron con el dolor ocasionado por los otros actores del conflicto, su renuencia a pedir perdón desde un comienzo (recuérdese el rechazo que generó la respuesta, con sonrisa y canto, del “quizás, quizás, quizás”, dada por Santrich a la pregunta de si pensaban pedirles perdón a las víctimas). Todo ello unido y explicado por su falta de sintonía con el país llevó a que la mayoría de los colombianos (aunque fuera escasa) desconfiara de la voluntad de paz de las Farc, no creyera en el proceso ni en un presidente que le apostaba a la paz, fuera permeable a los argumentos engañosos del senador Uribe y su campaña del No, votara contra los acuerdos de paz e hiciera ver que estaba herido por las Farc, que no estaba dispuesto a perdonarlas tan fácilmente y que deseaba la paz, pero no a cualquier precio.

Y, una vez hundida esa paz en el plebiscito, el país reaccionó, se movilizó y marchas espontáneas de jóvenes invadieron las calles y plazas de Colombia para pedir que hubiera un ¡acuerdo ya! Pero ese clamor no era otro que el de que el país les imploraba —y les implora— a los violentos de todas las especies que paren ya la guerra, que detengan los secuestros y los atentados y las desapariciones forzadas y las masacres y los despojos de tierras; y que les exige a los políticos que dejen ya de ponerles zancadillas a la paz para alimentar sus egos y sus envidias y para favorecer sus intereses políticos y electoreros.

El país y su sociedad civil quieren la paz sin dilaciones, sin mezquindades, sin disculpas, sin prenderse de los incisos para demorar la liberación de un secuestrado a ver si le sacan un peso más o si se ganan un punto…

El Eln, seguro, argumentará: “El secuestro es nuestro método para financiar la rebelión”. ¡Pero del secuestro han abusado tanto que lo abomina el país, incluida su sociedad civil!

Sería sensato que el Eln dijera, por ejemplo: “Liberamos a todos los secuestrados ya, pedimos que se destine una suma para sufragar nuestros gastos mientras duran las negociaciones y nos comprometemos a no volver a secuestrar mientras ellas tengan lugar. Y, si firmamos la paz, jamás habrá un nuevo secuestrado del Eln”.

Entonces, la sociedad civil comenzaría a confiar…

Señores del Eln, entiendan que la oportunidad de la paz es esta. No hay otra. No la desperdicien…

Posdata: Por motivo viaje, esta columna no se publicará la semana entrante.

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