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Entre el amor y la política

  • Foto del escritor: Patricia Lara Salive
    Patricia Lara Salive
  • 18 feb 2016
  • 3 Min. de lectura

Esta semana, a los 96 años, murió Margarita Escobar, esposa de Álvaro Gómez Hurtado.

Su noviazgo duró tres años y su matrimonio 49, hasta 1995, cuando lo asesinó aún no se sabe quién. Margarita le inspiró a Gómez un amor permanente y romántico —“amor contante más allá de la muerte”, diría Quevedo, el poeta español. Ese amor quedó plasmado en cartas que él le envió durante sus ausencias en las distintas etapas de la vida colombiana. En ellas se entreteje el amor con la historia, vista por sus ojos de hombre culto y brillante, quien además de vivir enamorado de su mujer, era unos de los más controvertidos del país, no sólo por sus acciones y textos, sino porque era la mano derecha de su padre, Laureano Gómez, el terror de los liberales.

Esas cartas están contenidas en el libro Pensando en ti, Margarita. Se dividen por etapas y están inmersas en nuestros principales acontecimientos: el golpe contra López Pumarejo (1944); el 9 de abril del 1948; la presidencia de Laureano; el golpe de Estado contra él (1953); la dictadura de Rojas; el destierro de Gómez y su familia; el exilio; su regreso al país; el Frente Nacional; sus viajes, muchos en misiones oficiales; su secuestro por el M-19 (1988) y su cautiverio.

Así, Gómez, pintor, escritor, literato, amante de la poesía, gran contradictor y polemista, temido político acusado de haber instigado en los 60 la guerra actual, escribió las más bellas cartas de amor.

De ellas, transcribo algunos apartes:

1944: “El inmenso pesar de no estar contigo es lo único que impide estar en un verdadero paraíso. No te podrás nunca imaginar la maravilla que es declararse en calidad de asilado”.

1945: “Siempre pienso en ti y no he dejado de pensarte un solo instante. Únicamente me preocupa que puedas llegar a olvidarme con el tiempo. (…) No llego a conformarme con la idea de que algún día, tal vez muy pronto, no me quieras ya más”.

Punta del Este, 1961: “Cada vez me haces más falta porque ‘yo ya no soy yo’, ni soy aquel que camina junto a mí sin yo verlo, sino TÚ. En el fondo me ha gustado la separación para apreciar cuanto me faltas. ¡Me faltas tanto como me faltaría el corazón! En serio, te quiere mucho”.

Secuestrado, julio de 1988: “Margarita: Estoy bien. En todo momento he estado bien. Han preservado mi dignidad. Todos sabemos que tú no puedes hacer nada por mí. ¡Tranquilízate! De nuevo te lo digo. No estoy afligido. Me faltas tú como me faltaría el corazón. Que es todo tuyo”.

Secuestrado: “Margarita: (…) te confirmo que estoy bien. Me tratan afablemente. Tengo lo indispensable. Invento oficio. Me entretengo explorando mi vida interior, que resulta ser una aventura maravillosa, para lo que nunca antes tuve tiempo bastante. Y repaso recuerdos, todos plácidos. Comprobé que, frente a la prueba, mantengo la convicción sobre la nimiedad de la vida, tal y como lo hemos entendido tú y yo en nuestras conversaciones. Mi vida no tiene valor de intercambio. Ni tú, ni mis hijos, ni lo que de ellos depende, pueden hacer nada por mí. En ninguna de las opciones de esta circunstancia tengo algo que perder. Ustedes tampoco. Es un don divino que, por estar en esta actitud intelectual, podamos todos mantener elevado el corazón. No te dejes herir el alma. No le des esa oportunidad al sentimentalismo. Yo leo, dibujo, hago notas. Estoy jovial. Como en otro escenario. Como fuera del tiempo. Muy alto, muy alto. La adversidad ha servido para descubrir lo mucho que los quiero”.

¡Descanse en paz, Margarita! ¡Qué gran mujer fue usted para despertar ese amor grande y eterno y en semejante hombre!

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