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Qué hace Duque viendo “El coronel no tiene quien le escriba”?

  • Foto del escritor: Patricia Lara Salive
    Patricia Lara Salive
  • 8 oct 2021
  • 3 Min. de lectura

“¡Preparados, situación, acción!”, exclama Jorge Alí Triana al comenzar, en el Colón, el último ensayo de El coronel no tiene quien le escriba, la primera gran novela de Gabriel García Márquez, adaptada para teatro por Verónica Triana y su padre, Jorge Alí, experto en la obra del premio nobel, pues llevó a las tablas La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada y Crónica de una muerte anunciada, y en cine dirigió Tiempo de morir, con guion de Gabo.

De inmediato, bajo el sonido de la lluvia, aparece en el escenario el viejo coronel que espera una pensión que nunca le llega, personificado por el actor Germán Jaramillo, veterano del Teatro Libre y cofundador del ID Studio Theater en Nueva York.

El coronel se dirige a la cocina, raspa con un cuchillo el tarro con los restos del café y, mientras tanto, su esposa asmática —interpretada por Laura García, la actriz escogida por el nobel para protagonizar hace 27 años su gran Diatriba de amor contra a un hombre sentado— le pregunta desde la cama:

—¿Qué haces?

—Esperar —responde el coronel.

—Desde que terminó la guerra civil, hace 56 años, no has hecho nada distinto que esperar —le dice ella.

Así comienza esta obra demoledora y genial, que se presentará del 12 al 24 de octubre en el Teatro Colón. Esta semana la vieron en sesión de gala el cuerpo diplomático y el presidente Iván Duque, por invitación de la vicepresidenta y canciller, Marta Lucía Ramírez, para conmemorar el bicentenario de la Cancillería.

Lo que no se entiende es por qué a ella se le ocurrió escoger justo esa obra de teatro para celebrar la efeméride. La única explicación que eso tiene es que no se haya leído El coronel no tiene quien le escriba, extraordinaria novela escrita por Gabo mientras casi moría de hambre en París, donde se protegía de la dictadura de Rojas Pinilla, y Tachia, su compañera de entonces, una carismática declamadora española, lo alimentaba con las sobras que le llevaba del restaurante donde trabajaba de cocinera.

En El coronel no tiene quien le escriba se palpa no solo el hambre que padecía el autor de la novela en el momento en que la escribió, sino también el ambiente de violencia, represión y censura que se vivía en Colombia durante la dictadura.

Imaginemos entonces la cara que habrá puesto al oír estos diálogos este presidente nuestro que se disfrazó de policía luego de que, a raíz de las jornadas del paro nacional, policías dispararon indiscriminadamente contra la ciudadanía y mataron a decenas de manifestantes:

Abogado: El alcalde manda a decir que el entierro no puede pasar frente al cuartel de Policía.

Don Sabas: Siempre se me olvida que estamos en estado de sitio.

Coronel: Pero esto no es una insurrección. Es un pobre músico muerto.

Coronel: Este entierro es un acontecimiento. Es el primer muerto de muerte natural que tenemos en muchos años.

Esposa: En esa maldita gallera mataron a mi hijo.

Coronel: El gallo no tiene la culpa. Agustín no tenía por qué ponerse a repartir propaganda clandestina.

Esposa: Veinte años esperando los pajaritos de colores que te prometieron después de cada elección, y de todo eso nos queda un hijo muerto.

Coronel: Por primera vez en la vida vi de cerca al policía que disparó contra mi hijo (…) Nos miramos a los ojos fijamente. El policía me puso el cañón del fusil en el vientre. Yo le dije: “Permiso…”, y él me contestó: “Pase usted, coronel”.

Nota. Por vacaciones, esta columna reaparecerá el 5 de noviembre.

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