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¿Qué país quieren, señores?

  • Foto del escritor: Patricia Lara Salive
    Patricia Lara Salive
  • 25 feb 2016
  • 3 Min. de lectura

Esa pregunta me la hago a diario, cuando escucho a tantos colegas de la radio y de la televisión y leo a ciertos columnistas que no cesan de sembrar el odio, un monstruo que se esparce como pólvora y genera incendios que después son difíciles de apagar…

Por: Patricia Lara Salive

Sí, esta pregunta me retumba en la cabeza al oír a mis amigos socios de los más exclusivos clubes bogotanos vociferar contra el proceso de La Habana, sin ahorrar esfuerzos para calumniarlo como loros y volverlo añicos con el fin de poner en peligro el plebiscito por la paz: ¿cómo es la Colombia en la que anhelan que crezcan sus hijos y nietos, amigos?

¿Es una Colombia como la de ayer y antes de ayer, en la que los oleoductos volaban a diario y se contaminaban las aguas, y los secuestros eran pan de cada día, y el miedo campeaba por doquier y, en las noches, ante el ladrido de los perros en el campo, el pánico se apoderaba de nosotros porque sentíamos que ya nos llegaba la hora, que el peligro nos rondaba cerca, a la orilla del río, quizás?

¿O prefieren vivir en una Colombia en paz; en un país en el que podamos volver a pescar de noche, como decía el maestro Darío Echandía?

Porque —por si no lo saben— esa Colombia dejó de existir hace más de 70 años, bastante antes del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, el 9 de abril de 1948, pues fue justamente porque la violencia nos estaba haciendo imposible la vida que él pronunció, dos meses antes de su asesinato, ante esa impresionante multitud silenciosa que, en la noche, iluminaba la plaza de Bolívar con sus antorchas encendidas, su preciosa Oración por la paz: “Impedid, señor presidente, la violencia. Sólo os pedimos la defensa de la vida humana que es lo menos que puede pedir un pueblo,” dijo.

Poco después lo mataron. Entonces se esparció la muerte… Y cundieron los cortes de franela… Y se colmaron de cadáveres las fosas comunes que, desde esa época, y hasta hace muy poco, no han cesado de llenarse… Y se extendieron las violaciones a las mujeres en los campos… Y empezaron los despojos de tierras… Y solo disminuyeron en los últimos tres o cuatro años…

¿Esa es la Colombia en la que quieren morir? ¿Ese es el país que desean dejarles como herencia a sus hijos y nietos?

Yo no quiero esa Colombia para mí, ni para mi prole, ni para la gente que amo.

Por eso apoyo la Unidad por la Paz que convocó el presidente Santos y me atrevo a hacerles una sugerencia a él y a la ministra de Educación, Gina Parody: ¿Qué tal si decretan que este semestre, durante un mes, los estudiantes de todos los colegios y universidades del país tengan que prestar un servicio social obligatorio en la antiguas zonas de conflicto?

Así verán, y les contarán a sus papás, lo que yo vi en un reciente viaje a Popayán y Pasto con los ministros del Interior, Juan Fernado Cristo, y del Post-conflicto, Rafael Pardo, y con los gobernadores del Cauca (Óscar Campo) y de Nariño (Camilo Romero): que en esas zonas, donde la guerra se paseaba, hoy se empieza a saborear la paz: allí la gente, comenzando por los comandantes de las brigadas de esas regiones de candela, se ve contenta.

Como lo dijo ese día el general Rodríguez González, comandante de la Policía del Suroccidente (Cauca, Valle y Nariño), “después del cese al fuego del 20 de julio se ha vivido un Cauca muy distinto y hemos podido dedicarnos a trabajar por la convivencia y la seguridad ciudadanas”.

Es que Colombia, señores, ¡gracias a Dios!, no es Bogotá...

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