Sí se puede
- Patricia Lara Salive
- 19 jun 2020
- 3 Min. de lectura
El viernes ocurrió algo que hubiera sido imposible antes del Acuerdo de Paz: en un encuentro virtual, el ex soldado Jimmy Ramírez, quien quedó en silla de ruedas para siempre a raíz de que en septiembre de 1.994 fue emboscado por las FARC en Ciudad Bolívar en Bogotá, se reunió, en compañía de su madre y de otras víctimas, con los antiguos comandantes de las Farc, Timochenko y Carlos Antonio Lozada, para celebrar que el partido Farc hubiera ganado la tutela que interpuso para que el Estado le reconociera a Ramírez el derecho a la salud, que le había sido vulnerado en los últimos 25 años porque otra persona lo había suplantado.
Que hayan sido las Farc las que lograran que ese ex soldado vaya a recibir la atención en salud a la que tiene derecho, no puede pasar desapercibido en este país donde tantos insisten en exaltar los defectos del acuerdo de paz y en ocultar y minimizar sus logros.
En el Encuentro Transformador del viernes participaron también el Presidente de la Comisión de la Verdad, Padre Francisco De Roux, y la promotora de esos Encuentros Transformadores, Bertha Lucía Fríes, víctima del atentado de las Farc contra el Club El Nogal, donde se fracturó la columna a nivel cervical y perdió la movilidad de todo su cuerpo, salvo de tres dedos de su mano izquierda. Entonces tuvo que someterse, por más de un año, a un intenso tratamiento de seis horas diarias de fisioterapia y aprendió a caminar de nuevo. Luego viajó a Boston, pues su marido era profesor de educación en la Universidad de Harvard, y allí, dado que había perdido quince kilos y sólo dormía dos horas diarias, no sólo continuó con la fisioterapia intensiva, sino que durante seis años hizo un tratamiento de una hora diaria con una sicóloga de Bosnia que había vivido la guerra, para superar el stress post traumático que le había sido diagnosticado en máximo grado.
Así, con ese trauma a cuestas, hace ocho años, Bertha Lucía, en lugar de invertir sus energías en odiar, empezó a invertirlas en tratar de entender. Y en sus viajes a Colombia comenzó a encontrarse con reinsertados de las Farc, del ELN, de los paramilitares y, sin decirles que era víctima, les hacía dos preguntas: la primera, por qué habían entrado a la guerrilla y la respuesta era siempre porque no tenían más alternativas de subsistencia, porque huían del maltrato familiar, etc. Y la segunda, si se encontraran con una víctima qué le dirían, y todos respondían lo mismo: que le pedirían perdón. Entonces Bertha Lucía comenzó a reunirse con las víctimas de El Nogal. Y luego del plebiscito, las Farc la invitaron a La Habana para hablar sobre el Acuerdo de Paz. Ella les dijo que asistiría si se comprometían a contar por qué hicieron lo que hicieron y a encontrarse con las víctimas de El Nogal. Las Farc aceptaron y designaron a Carlos Antonio Lozada como interlocutor de Bertha Lucía. Así empezaron esos Encuentros Transformadores en los que las víctimas, la mayoría humildes como el soldado Jimmy Ramírez, o como los meseros y ascensoristas del Club El Nogal, vencían sus reticencias y se enfrentaban con sus victimarios, les reclamaban los horrores que habían cometido, lloraban, y ellos les pedían perdón.
Hoy a Bertha Lucía no le alcanza el tiempo para organizar los encuentros que madres de asesinados en los llamados falsos positivos, soldados mutilados u otras víctimas, le ruegan que haga para que ellos puedan perdonar, pues están agotados de que el odio que sienten les haga daño.
Con mil Bertha Lucías más, este país sería un paraíso…
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