Un Sí por la esperanza
- Patricia Lara Salive
- 29 sept 2016
- 3 Min. de lectura
Llegó la hora. El domingo decidiremos si seguimos matándonos con cualquier disculpa, o si paramos ya esta guerra, que para unos lleva 52 años, para otros 68, para otros 86 y para algunos cerca de 200.
En todo caso, nuestra historia ha sido una pesadilla de violencia de la cual ya es hora de que despertemos. ¡Y no es fácil hacerlo! La violencia se nos ha convertido en adicción y, por eso, nos inventamos disculpas para no desprendernos de ella: por ejemplo, preguntarnos si no será mejor continuar la guerra en vez de que haya diez representantes de las Farc en el Congreso, en el que tendrían cinco por ciento de delegados, mientras que en otros países donde ha habido conflictos a los rebeldes les han dado entre 20 y 30 por ciento; o aterrarnos de que vaya a haber impunidad y los de las Farc no pasen 30 años en la cárcel, sin pensar en que, justamente, durante estas décadas es cuando ha reinado la impunidad porque se han movido como Pedro por su casa, han secuestrado, han establecido frentes y han mandado en territorios; o llevarnos las manos a la cabeza porque el Estado les vaya a dar dos millones de pesos por una sola vez para que tengan cómo salir a la vida civil y, en lugar de pagar $1.100.000 mensuales que vale mantener a un preso en la cárcel, les dé a cada uno $620.000 por mes durante dos años, mientras aprenden a sobrevivir sin delinquir, cuando Uribe les dio a los paramilitares $637.000 que, a pesos de hoy, son más de un millón mensual; o, finalmente, morirnos de pánico porque dizque si gana el Sí, aterriza el castrochavismo, como si aprobar el fin de la guerra significara que se fuera a elegir presidente a Timochenko…
¡No, por Dios! ¡Acabar la guerra lo que va a implicar es que las Farc se conviertan en un partido político muy minoritario que, además, tendrá que competir con curtidos ases de la política como Uribe, Vargas Lleras, Roy Barreras, Gustavo Petro o Sergio Fajardo! De ese modo, Timochenko y los suyos no tienen opción de llegar al poder. Sencillamente van a aspirar a él y, para ello, van a pelear a punta de ideas y de palabras y no de bombas y de balas.
Pero viene la pregunta final de quienes prefieren votar No: ¿y no será que si gana el Sí, las Farc puedan llegar un día al poder y se instale aquí el castrochavismo?
Les contesto: no me parece posible. Y les pregunto: ¿ustedes creen en la democracia? Es decir, ¿creen que todos, si se ajustan a la ley, así no nos gusten sus ideas, tienen derecho a participar en política y a aspirar a que los elijan? ¿O lo que quieren es una democracia en la que sólo participen los que piensan más o menos como ustedes? En ese caso, ¿qué creen que debemos hacer con los que piensen distinto? ¿Matarlos? ¿O prefieren más bien que otros los maten? (¡Eso es más o menos lo mismo!)
Es que, en últimas, lo que definiremos este domingo es si valoramos la vida: porque si gana el No, morirán muchos. Y si triunfa el Sí, se salvarán muchas vidas. Con salvar una, el proceso se justificaría: ¿qué tal, por ejemplo, que la que se salvara fuera su vida, o la de su hijo?
¡Confiemos, amigos! Todo saldrá bien: vamos a reconciliarnos y a construir juntos un mejor país… Entonces renacerá la esperanza...
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Los invito hoy a las 12 del día a que concurramos a la gran manifestación en el Parque de los Periodistas, armados de banderas blancas.
Y no olviden enviarme sus últimas estrofas para completar la canción Para la guerra, ¡nada!
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