Una prueba más
- Patricia Lara Salive
- 20 oct 2017
- 3 Min. de lectura
Los hechos que han sucedido en Tumaco, la muerte de los seis campesinos que se oponían a la erradicación forzada de los cultivos de coca, al parecer por balas disparadas por armas de la Policía; el asesinato de José Jair Cortés, miembro del Consejo Comunitario del Alto Mira, y el malestar social que genera el que la gente se vea, de un momento a otro, desprovista de su sustento, prueba dos cosas: una, que la única vía sensata para disminuir los cultivos de coca es la sustitución de cultivos; y dos, que lo único que, de verdad, puede acabar con el problema del narcotráfico, es la legalización de la droga. Todo lo demás es un disparate. Veamos:
Si se reinician las fumigaciones con glifosato, como acaba de proponerlo un candidato presidencial, no sólo se le hace un daño irreparable al ecosistema y se envenenan los campos y sus pobladores con un cancerígeno comprobado y cuyo uso ha sido prohibido por la Corte, sino que se deja sin sustento a los cultivadores quienes, por necesidad, al no estar dispuestos a morirse de hambre, acaban sembrando su coca en algún otro terreno.
Si se intensifica la erradicación forzada, probablemente se presenten nuevos choques violentos entre los campesinos y la fuerza pública, y se susciten más muertes, además de que se deja sin ingresos a las familias que viven del cultivo de la coca.
Y si no se hace nada, la coca acabaría inundando al país y los Estados Unidos terminarían por descertificar a Colombia.
De modo que la única alternativa inteligente que existe es la de proveer a los campesinos con financiación, asistencia técnica y apoyo en canales de comercialización para que, en lugar de coca, siembren yuca, o maíz, o plátano, o café. Pero como lo que producen esos cultivos es menos de lo que deja la coca, alguien tendría que subsidiar a los campesinos que cumplieran el compromiso de no volver a sembrarla. Y lo justo sería que ese subsidio lo pagaran los Estados Unidos que son los culpables, con su consumo desbordado de cocaína, de que la coca sea tan buen negocio y de que nuestros campos estén inundados de la milenaria matica. Y lo estarán, hasta tanto los gringos descubran cómo producirla, como hicieron con la marihuana, o hasta que el precio baje, como ocurriría si se legalizara la cocaína.
Y ahora me asalta una pregunta: ¿no sería mucho más eficaz y, por ende, mejor negocio para Estados Unidos, invertir bastante más dinero en apoyar a Colombia en la sustitución de cultivos y en proveer de subsidios a los antiguos cultivadores, que gastar sumas inmensas en reprimir y aumentar una población carcelaria que, como lo demuestran las estadísticas, en lugar de abandonar el delito, en un 65% de los casos, vuelve a delinquir?
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La garrotera, los insultos y las injurias que se escucharon en el Congreso esta semana son una muestra de lo que va a ser esta campaña electoral: una competencia de improperios que van a profundizar la división del país, en vez de ser una competencia de tesis y de propuestas. Sólo uno de los candidatos, Sergio Fajardo, dijo que no respondería las acusaciones que le profirió Germán Vargas Lleras, porque no quería entrar en ese juego que ahondaba la polarización. ¡Y hace bien! La gente está hasta el cogote de los insultos y de la peleadera… Y esa actitud de Fajardo, de no contestar los improperios, con seguridad es una de las razones que lo tienen punteando en las encuestas. ¡Ojalá siga así!
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