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Patricia Lara Salive (1951) es una de las periodistas más reconocidas actualmente en Colombia. Desde muy joven se dedicó al periodismo: en 1974 fundó en Bogotá, en compañía del ex presidente Carlos Lleras Restrepo, el semanario Nueva Frontera; fue corresponsal en Europa y Estados Unidos de Nueva Frontera, el diario El Espectador y la revista Alternativa. En 1994 fundó, con el periodista español Juan Tomás de Salas, la revista Cambio16 Colombia, la que más tarde se transformó en la revista Cambio. En el 2.002 fue Defensora del Lector del diario El Tiempo y, en el 2.006, acompañó como fórmula vicepresidencial al candidato de la izquierda, Carlos Gaviria Díaz. Actualmente escribe una columna semanal en El Espectador y otra quincenal en El País, de Cali. En 1994 obtuvo el Premio Nacional de Periodismo.

 

Es autora de los libros de periodismo literario Siembra vientos y recogerás tempestades (1982) y Las mujeres en la guerra (2000), que le mereció el Premio Planeta de Periodismo y dio origen a un monólogo que lleva cerca de 300 presentaciones en Colombia y en 14 países y ha participado en festivales de teatro en Nueva York, Brasil, Grecia, España, e Israel. Ha escrito también las novelas Amor enemigo (2005), Hilo de sangre azul (2009), que ha sido adaptada para una serie de sesenta y seis capítulos de televisión, El Rastro de tu padre (2.016) y el libro Adiós a la Guerra (2.018), una mezcla de testimonio y ensayo histórico .

A fines del 2.020, editorial Planeta ha lanzado una edición conmemorativa de Las Mujeres en la Guerra, en la que la autora actualiza los testimonios de las diez protagonistas, e introduce uno nuevo, desgarrador, impresionante: el de Luz Marina Bernal, madre de Soacha, cuyo hijo, un joven discapacitado, fue asesinado por el Ejército en lo que se denominó falsos positivos.

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Patricia Lara Salive

Enero 31de 2025

Paz y salvo de salud mental para candidatos a presidente

Es claro que todo el que aspire a ser presidente de este país ingobernable debe tener en la cabeza una tuerca medio suelta. Por ello es tan brillante la ocurrencia del escritor Ricardo Silva sobre que en Colombia nos falta crear el cargo de psiquiatra general de la nación. Sería el empleo más importante de todos. Y ese funcionario, que debería manejar una entidad que se llamara Psiquiatría General de la Nación, tendría que tener una dependencia que se ocupara de expedir unas especies de paz y salvos sicológicos para quienes quisieran participar en las elecciones como candidatos presidenciales. Ese paz y salvo debería ser un requisito obligatorio para poder ser elegido primer mandatario.

Lo anterior, que puede sonar a chiste, nos ahorraría múltiples inconvenientes. Y si esa norma la adoptaran los otros países, también se le ahorrarían las peores desgracias a la humanidad, por ejemplo, la de haber sido empujada por un demente como Hitler a una guerra que le dejó un saldo de casi cincuenta millones de muertos. Y, a lo mejor, igualmente habría evitado que subiera al poder de la primera potencia del mundo un peligroso narcisista que carece de límites y que puede a llevar a la tierra, entre otras desgracias, a que se precipite el apocalipsis que, a este paso, mucho más temprano que tarde, generará el cambio climático: el cálculo es que, si seguimos como vamos, para 2030, la temperatura del planeta ya habrá pasado ese punto de no retorno que nos llevará al desastre.

Pero volvamos a Colombia. El gravísimo incidente ocurrido este fin de semana con Estados Unidos, cuyas consecuencias no están del todo solucionadas (los colombianos que viajan allá siguen siendo sometidos a requisas largas y molestas), tiene que demostrarle al presidente Petro que las relaciones exteriores del país no pueden manejarse a punta de trinos. El presidente tiene razón en que a los colombianos –y a los demás habitantes del mundo– debe garantizárseles un trato digno y que sus derechos no pueden ser violados. Pero esos temas deben ser tratados por los canales diplomáticos. Y si es cierto, como parece que lo es, que ya el gobierno colombiano había autorizado el vuelo del avión americano que traía a los deportados, el presidente no podía, a las tres de la mañana ni a ninguna otra hora, escribir un primer trino en el que decía que los colombianos debían ser recibidos con flores, y con 40 minutos de diferencia escribir otro en el que afirmaba que no autorizaba el aterrizaje en Colombia de ese avión que ya venía en vuelo.

Y, claro, esa reacción de nuestro presidente generó una respuesta desmedida, abusiva y peligrosa de parte de su homólogo estadounidense la cual, si se hubiera llevado a cabo, habría creado un terrible impacto económico en el país. Y para evitar semejante debacle, a los diplomáticos colombianos no les quedó más remedio que dar marcha atrás y recibir a los deportados colombianos a quienes, por lo demás, no podía negárseles la entrada a su patria.

No, presidente. Ya es hora de que se dé cuenta de que tiene que cambiar de métodos.

Nota. Esta semana se le rindió un sentido homenaje a Patricia Castaño, documentalista y pionera de importantes proyectos culturales, quien fue condecorada por el alcalde Carlos Fernando Galán con la Orden Civil al Mérito. Un abrazo estrecho de felicitación a esta mujer que lo merece todo.

Patricia Lara Salive

Enero 24 de 2025​

No deje que la tragedia se repita, presidente

Siento tristeza al escribir esta columna. Yo he sido una convencida de la necesidad de negociar la paz. He apoyado todos esos procesos. Desde 1999 he pertenecido a la Comisión Facilitadora del Proceso con el ELN. Pero para hacer la paz se necesitan dos. Y, definitivamente, los hechos han demostrado que el actual ELN no quiere hacer la paz. Tristemente, creo que no hay nada qué hacer, por lo menos mientras continúen los mismos mandos.

De modo que la decisión que acaba de tomar la fiscal general, Luz Adriana Camargo, de reactivar las órdenes de captura contra los 31 voceros del ELN en las mesas de diálogos de paz, incluidos los miembros del COCE Antonio García y Pablo Beltrán, no solo es acertada sino que debe cambiar rotundamente las relaciones entre el gobierno y el ELN y debe llevar a otra acción inmediata de parte del presidente Petro: solicitarle al gobierno de Maduro la extradición a Colombia de Antonio García y demás dirigentes y miembros del ELN que se encuentran en territorio venezolano.

Ya se acabaron las disculpas: después de los 60 u 80 o quién sabe cuántos asesinatos, muchos de ellos firmantes de paz, más los veinte o treinta mil desplazamientos que el ELN ha ocasionado en Catatumbo en una semana, más todo lo demás, no hay vuelta atrás. El presidente suspendió el proceso de paz con el ELN y, según el ministro del Interior, Juan Fernando Cristo, “el ELN ha botado a la caneca de la basura una vez más, y diría que de forma definitiva, la posibilidad de construir la paz en Colombia”. Es decir que el proceso de paz con el ELN se acabó. Por lo tanto, no hay justificación alguna para que Venezuela albergue a sus jefes y a sus bases y les ofrezca una cómoda retaguardia.

Y si existen protocolos que les impidan a los países garantes entregar a los jefes del ELN, deben deshacerse las cosas como se hicieron porque Colombia no puede seguir tolerando que esos salvajes se protejan en Venezuela, pasen a pie o a nado la frontera, asesinen a cuantos quieran, y regresen a sus casas como Pedro por su casa.

La gente del Catatumbo, y de las otras zonas afectadas por la pelea sangrienta de los grupos violentos (Cauca, Norte del Valle, Bajo Caguán, Chocó, Cesar), y los colombianos en general, necesitamos sentir que hay un estado que nos protege, y no que cada vez estamos más en manos de unas bandas criminales sin control que parece que le están ganando la pelea al Estado.

Como sostuvo en su pronunciamiento Aliadas, una asociación que agrupa a 32 de las principales asociaciones y gremios del país, “la Fuerza Pública no puede ser un actor expectante o un simple mediador; su papel debe ser el de garantizar la seguridad y enfrentar con firmeza a los grupos criminales que hoy desafían la estabilidad del país. La inacción no es una opción cuando la vida de miles de colombianos está en juego”.

Es que es inaudito que, en noviembre pasado, mediante una alerta temprana, la Defensoría del Pueblo vaticinara que, en el Catatumbo, se produciría una escalada de violencia debido a los enfrentamientos entre el ELN y una facción de las disidencias, el gobierno no haya tomado medidas preventivas, ahora estemos lamentando semejante tragedia y, encima de todo, el presidente diga que no sabe por dónde entraron ese montón de hombres armados.

Y lo más grave es que lo mismo puede ocurrir en el Norte del Valle, el Bajo Caguán, Quibdó y Cesar, territorios que también han sido advertidos.

Por favor, presidente, no deje que la tragedia se repita.

www.patricialarasalive.com

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