Patricia Lara Salive
Patricia Lara Salive (1951) es una de las periodistas más reconocidas actualmente en Colombia. Desde muy joven se dedicó al periodismo: en 1974 fundó en Bogotá, en compañía del ex presidente Carlos Lleras Restrepo, el semanario Nueva Frontera; fue corresponsal en Europa y Estados Unidos de Nueva Frontera, el diario El Espectador y la revista Alternativa. En 1994 fundó, con el periodista español Juan Tomás de Salas, la revista Cambio16 Colombia, la que más tarde se transformó en la revista Cambio. En el 2.002 fue Defensora del Lector del diario El Tiempo y, en el 2.006, acompañó como fórmula vicepresidencial al candidato de la izquierda, Carlos Gaviria Díaz. Actualmente escribe una columna semanal en El Espectador y otra quincenal en El País, de Cali. En 1994 obtuvo el Premio Nacional de Periodismo.
Es autora de los libros de periodismo literario Siembra vientos y recogerás tempestades (1982) y Las mujeres en la guerra (2000), que le mereció el Premio Planeta de Periodismo y dio origen a un monólogo que lleva cerca de 300 presentaciones en Colombia y en 14 países y ha participado en festivales de teatro en Nueva York, Brasil, Grecia, España, e Israel. Ha escrito también las novelas Amor enemigo (2005), Hilo de sangre azul (2009), que ha sido adaptada para una serie de sesenta y seis capítulos de televisión, El Rastro de tu padre (2.016) y el libro Adiós a la Guerra (2.018), una mezcla de testimonio y ensayo histórico .
A fines del 2.020, editorial Planeta ha lanzado una edición conmemorativa de Las Mujeres en la Guerra, en la que la autora actualiza los testimonios de las diez protagonistas, e introduce uno nuevo, desgarrador, impresionante: el de Luz Marina Bernal, madre de Soacha, cuyo hijo, un joven discapacitado, fue asesinado por el Ejército en lo que se denominó falsos positivos.

CONTACTO
Patricia Lara Salive: entre letras y tambores
Me construyó una casita de muñecas. Antes de entregarme la coma mi padre Rómulo se aseguró de que yo no sospechara que lo que había debajo de las capas verdes, de esas con las que se cubren los cultivos de flores, era mi regalo de niño Dios. Era un papá espectacular. Me tuvo engatusada con el cuento de que lo que había a un lado de la finca era una obra y cuando me iba a acercar, reventaban Dinamita y yo salía corriendo porque me daba mucho miedo. Hasta que de pronto apareció la casita de muñecas. a mí no se me olvida la emoción cuando me entregó la casita. Me llevó hasta allá y empezó a cantarme: “aquí tienes la casita que tanto te prometí, llenita de margaritas para ti y para mí…”. Luego entramos y me mostró que cada cosa, aunque pequeñita -el baño, El inodoro, la nevera, la cocina, la chimenea-, funcionaba Las mil maravillas. Ese momento es uno de los fragmentos más conmovedores del documental que papá hizo de mi vida. Grabó todos los episodios especiales, desde el primer llanto hasta cuando me casé por primera vez. Solo hasta el día de mi matrimonio me regaló varios rollos de cinta de cine, cada uno con carrete de oro y estuche de terciopelo. En el rollo en que se encuentra la época de infancia, entre muchas otras escenas, me veo de unos 5 años jugando con unas luces de bengala, con gafas oscuras y guantes para que las chispitas no me fueran a lastimar los ojos ni las manos; también, dando muestras de las primeras palabras que aprendí a leer y, por supuesto, de los viajes y las vacaciones. Me acuerdo que en la adolescencia me daba rabia tener que estar posando y parándole bolas a la cámara; pero, ahora, solo puedo ver la fortuna de haber tenido un papá dedicado a mí de esa manera tan devota. papá hizo cine de aficionado toda su vida punto a comienzos de siglo se financió su bachillerato cobrando por proyectar funciones de películas; de hecho, el teatro que tenía mi papá, el edificio Lara, yo lo doné no hace mucho para que fuera la sede de la fundación patrimonio fílmico. Más adelante, mi padre se encargó de Lara e hijos, una empresa Automotriz que tenía con sus dos hermanos. Como industrial y empresario fue siempre el mejor de su área, así se lo propuso, se exigía a sí mismo destacarse, pero no solo en los negocios; también intelectual y físicamente, Porque además era deportista. Jamás se permitía desfallecer, mucho menos resultar Derrotado, para él no había cosas imposibles y en todas las áreas en las que se desempeñaba, todo lo que hacía era perfecto. Era un ser polifacético, perfeccionista y con una personalidad muy fuerte y muy vital, él no pasaba desapercibido en ninguna parte. A Patricia se le iluminan los ojos cada vez que habla de su padre, y el relato de sus recuerdos se vuelve ágil y detallado, Como si regresara a los años de infancia en los que salía con él por los alrededores de su finca de sama para mirar ardillas o como si volviera a verlo en cada una de las ocasiones en que él abandonaba importantes compromisos para atender alguno de sus caprichos. Porque confiesa sin titubear que era una niña sumamente consentida, no solo por ser hija única, sino por la expectativa que despertó en sus padres, quienes la concibieron 18 años después de haber contraído matrimonio. Cuando regresa de los lugares a los que la llevaron los vericuetos de su memoria, Patricia vuelve a fijar su mirada en mí y dice: Yo me levanté en esa escuela de rigor. Mi papá fue una figura absolutamente determinante y que influyó de manera rotunda en mi. Así como me consentía, jugaba conmigo, me llenaba de ternura, de un amor muy grande y me hacía sentir que yo era su prioridad; al mismo tiempo, me mantenía con unos estándares de exigencia muy altos. Él no aceptaba nada que no fuera perfecto y repetía esa cantaleta, que termina grabándosele a uno en el fondo de la mente y el corazón, de que hay que ser siempre los primeros puntos entonces, eso es muy bueno y muy gratificante, pero también muy difícil y angustioso, pues es un reto permanente. En alguna ocasión, saqué el segundo puesto, en vez del primero en el colegio, en el gimnasio femenino, y papá no me habló durante una semana. Mi mamá se complementaba perfectamente con él punto ambos eran generales de ejército, ella se parecía mucho al almirante Pizarro punto adoro a papá punto era una mujer supremamente inteligente, muy perfeccionista también y muy brillante. Encarnaba la rectitud, la norma, el honor, la dignidad. Era como el faro moral y ético de la familia. Muy elegante mi mamá, muy artista; por ejemplo, todos los jardines de la finca los hizo ella, le gustaba mucho la decoración de interiores, cosía espectacularmente; en cambio, no cocinaba. Desde muy chiquita pasábamos las vacaciones en la finca esa zaima y en Barranquilla, porque mis abuelos maternos vivían allá y desde entonces, he ido un par de carnavales, que me gozó como nadie. Luego, mis padres consiguieron un apartamento en Santa Marta y ahí fue cuando me torcí, porque conocí unos amigos a varios, todos eran unos locos y se convirtieron en mis más entrañables amigos. Ese medio Caribe me adoptó de una forma u otra. A los 14 años tuve un novio espectacular. Era churro, adorado y fue un Amor divino, duramos como un año y medio y yo de burra lo dejé, porque entre esos locos amarillos, me enamoré de Mario Ochoa y fue un amor como de locura; pero nunca funcionó bien la relación. Me acuerdo que por esos años leí María… ¡Uy! yo lloré mucho con María. Esa separación de ellos fue terrible, todavía me acuerdo de un llanto interminable por la historia de amor fallida entre María y Efraín. Es que yo soy muy llorona, y admito que me gustaba sufrir. Ya llegó la época de entrar a la universidad y siempre tuvimos la idea de que yo iba a estudiar economía porque tarde o temprano tenía que ocuparme de los negocios de papá. Pero en los últimos años de bachillerato llegó al Colegio María Mercedes, una nueva profesora, a la que llamábamos meme, Gracias a ella conocí y me enamoré de la filosofía. Ella dice que en su mente tiene un recuerdo muy nítido de un día de finales de un décimo grado en el que yo acudí a ella porque tenía mucha angustia de tomar definitivamente la decisión de no estudiar economía, sino filosofía, y con ello defraudar a papá. Aún así, él era mi mejor amigo y cuando le dije, lo tomó muy bien y lo aceptó. Los años de universidad no quedaron grabados en mi mente por los seminarios de Espinoza y Nietzsche y las lecturas a propósito de estética y ética, sino por el coro de los Andes. Eso era una parranda permanente con mi grupo de amigos que era muy chévere. Nos dirigía a Amalia Samper, íbamos a los festivales de música y una vez ganamos el de música religiosa de popayán. Realmente fue durante esos años que la sangre Barranquilla era de mi mamá salió a relucir en mí, porque su música eran los boleros y el son Caribe, Además ella tocaba piano y tiple y mis tíos cantaban. Entonces yo crecí oyendo “Songo le dio a borondongo”, “Espinita”, “Anillo de compromiso” y cosas de ese estilo punto de hecho, todas esas canciones están guardadas en la casita de muñecas, los discos que hay ahí, los que quedan, son esos de acetato, de 78 revoluciones, con los que bailábamos en las fiestas. La verdad es que yo hubiera querido ser cantante o tamborilera de una banda del Caribe... Por eso aprendí a cantar y a tocar tiple y guitarra, y también compuse mis boleritos cuando estaba en los Andes, aunque ya ni me acuerdo, se me perdieron las letras y se me olvidaron las músicas. Las que sí me sé al derecho y al revés son las canciones de Agustín Lara, que les encantaban a mis papás y me los recuerda muchísimo. Las canciones de ellos eran “Solamente una vez“ y “Aquellos ojos verdes”. Pero, una que siempre se me viene a la mente es “En la vida de amores que nunca pueden olvidarse”.... Ese es uno de los clásicos de mis clásicos. Estando en la universidad conocí y me casé con mi primer marido, Jorge Posada. Era un hombre muy brillante, líder estudiantil, de izquierda. Fue presidente de la federación Universitaria nacional y tuve con él a mi primer hijo, a quien también llamamos Jorge. Cuando yo tenía unos 22 o 23 años y todavía estaba en la universidad, Héctor Echeverri -el marido de mi prima Gloria Lara, a quien asesinaron- trabajaba en el partido liberal y me consiguió un puestico de lagarta en la dirección liberal del partido. Yo admiraba muchísimo a Carlos Lleras, le tomé un enorme cariño, él también simpatizó conmigo y fui ascendiendo, por decirlo de alguna manera, en sus afectos. Entonces, me nombró tesorera de la junta administrativa del partido y ahí mi labor le dio mucha confianza a él, Pues yo creo que en la política debe ser muy difícil sentir y saber que siempre se está rodeado de gente que quiere sacar tajada a toda hora. Durante una comisión del partido, Lleras intentó obtener el apoyo del liberalismo para postularse como candidato a la presidencia, y lo que hizo fue abrirle las puertas a Alfonso López Michelsen. Cuando se terminó la comisión, ese mismo día, yo le escribí una carta en la que le proponía que hiciéramos una revista. Él no me respondió nada y yo salí a un viaje fuera del país. A mi regreso, me dijeron que me había llamado, Entonces fui a hablar con él y me dijo que no había querido interferir en la campaña, pero que como había ganado el partido liberal, Ahora sí quería que trabajáramos en el proyecto de la revista. Así fue como surgió Nueva Frontera. Él no solo dirigía la revista, sino que la hacía toda y lo que no hacía él, lo hacía yo punto fue una época muy interesante e intensa, de un trabajo sumamente agotador. Recuerdo jornadas hasta las 3 de la mañana en la imprenta, obviamente no había computadores y los procesos no eran tan rápidos como ahora, luego venía la corrección de pruebas y el fotolito. Además, no hicimos solamente la revista, también varios libros, que él escribió y yo edité y corregí. Lleras era un maestro de verdad, verdad.... Era un lector impresionante, lector de todo, se leía toda la prensa internacional, todo lo relacionado con el estado colombiano, hablaba muchísimos idiomas; entonces, los consejos de redacción eran unas clases magistrales deliciosas, tanto de realidad nacional e internacional, como de cualquier otra área. A eso hay que agregarle que era un duro en poesía, él, por supuesto, hacía la página poética. Yo aprendí mucho de Lleras. Sobre todo, por su altísimo nivel de exigencia, no toleraba errores, en ese sentido Se parecía mucho a papá punto de hecho, papá fue compañero de colegio de Alberto Lleras, primo de Carlos Lleras, y ahí en la Escuela Ricarte, donde hicieron el bachillerato, fundaron un periódico que se llamaba ideas punto a Alberto lo conocí desde que era una niña porque él iba a mi casa a las reuniones de exalumnos de la Escuela Ricaurte. En 1976, mientras yo era gerente de Nueva Frontera, Luis Carlos Galán, quien acababa de regresar de la embajada en Italia, asumió la codirección de la revista. Yo decidí lanzarme para el Concejo de Bogotá con la lista que encabezaba Carlos Lleras, con suplencia de Virgilio Barco y cuya intención era lanzar el movimiento de democratización liberal. “Recuerdo que Luis Carlos insistía en que me vinculara políticamente con Sorzano, un santandereano - como él- , joven, inteligente y con futuro”. Así lo hice. Luis Guillermo Sorzano y yo hicimos campaña juntos para llegar al consejo y Galán comenzó su carrera política haciéndonos campaña a sorzano y a mí en las calles de Bogotá. Él era el “telonero” que abría el discurso en los barrios. Por una equivocación del destino, Sorzano - quien iba en la lista como principal en el renglón de quema- no salió elegido concejal. En cambio yo, al cabo de unos pocos meses, estaba hasta el cogote de politiquería y no volvía a las sesiones del honorable consejo porque me convencí de que no disponía de la paciencia requerida para perder madrugadas enteras en debates -la mayor parte de las veces- tontos e interminables. Llegar al concejo de Bogotá me generó un choque muy grande punto yo iba por el movimiento de Carlos lleras, que se llamaba democratización liberal y que se oponía al clientelismo y a las dádivas, pero uno se encontraba con la realidad, que eran unas colas de gente necesitando un puestico, una ayudita para el hijo, un auxilio de salud, mejor dicho, algo para sobrevivir. Era una contradicción enorme, porque si uno les concedía algo, estaba yendo contra el principio y si no, se sentía como un desgraciado. Tuve que hablar con Lleras, le dije que definitivamente yo no servía para ese asunto y me salí del redil. Es por eso que yo digo que el partido liberal me volvió de izquierda, pues terminé apoyando muchas ideas de Carlos Bula, que era el concejal estrella, el jefe del Moir. Claro que no fue fácil, “porque hacia fuera lo que se apreciaba era que la oveja negra del llerismo trabajaba políticamente con el jefe del Moir”. En 1977 viajé a París a hacer un posgrado de un año en periodismo y ciencias de la información en la universidad de París. Académicamente no aprendí casi nada, me enseñaba en el número de caracteres que debía tener un cable y aspectos de gramática y sintaxis sin mayor profundidad. Lo que sí me quedó fue la ciudad, que tiene un atractivo indescriptible. Allá dejé jirones de alma, entre otras cosas, porque Miriam, la esposa de Eligio ‘Yiyo’ García Márquez, había estudiado en la universidad conmigo y con María Mercedes Carranza; entonces, cuando yo llegué a París, ella estaba recién casada y conocí a ‘Yiyo’ y se fue dando una relación de amistad muy fuerte, pues en el exterior los vínculos se hacen más sólidos y estrechos. Yiyo y Miriam se fueron a vivir a Londres y yo me sentía muy sola en París, así que me iba a hacerles visita con relativa frecuencia. Llegaba el viernes a la casa de ellos, que quedaba como a las afueras de la ciudad, me ponía la pijama el viernes y me la volví a quitar el domingo para devolverme. Nos la pasábamos echando carreta todo el fin de semana, hablábamos de todo, con él había un diálogo inagotable, era amigo pa’ todo. Cuando termine materias me fui a vivir un año a Londres y allá a escribir la tesis de posgrado, pero admito que no me gustó la ciudad por el frío, era tanto que me deprimía. De Londres me fui a Nueva York, estuve también un año haciendo una maestría en periodismo, en la universidad de Columbia y fue realmente ahí donde aprendí lo que sé de periodismo. En 1980, cuando terminé Columbia, escribí “Siembra vientos y recogerás tempestades”. Lo hice muy impulsada por la entrevista que Jaime Bateman le dio a Germán Castro, publicada en el Washington Post, y porque siempre me había llamado mucho la atención que una persona de apellido Bateman fuera el jefe del M-19, además era costeño y yo me preguntaba porqué en la costa no había habido guerrilla. Fui a La Habana, entré en contacto con el comando y les dije que quería escribir un perfil de Jaime Bateman. Regresé y estando aquí le hice la entrevista. Me costó mucho trabajo porque a pesar de que el tipo era muy brillante, era muy tímido y no hablaba de sí mismo. Me dijo: “si quiere que le cuente de mí, puede hablar con mis amigos y si quiere más, vaya a Santa Marta y hablé con mi mamá” y evidentemente yo fui a conocer a Clementina Cayón. En el hotel Europa, de Panamá, conocí a Iván Marino Ospina y a Álvaro Fayad. Ahí me encontré con los puntos de vista tanto de los liberales como de los conservadores. Eso fue todo un descubrimiento, porque Ospina era de familia conservadora y sufrió la violencia liberal, y Fayad era de familia liberal y sufrió la violencia conservadora. Eso me permitió conocer la otra realidad de Colombia, un país donde hay, por lo menos, dos realidades completamente distintas: lo que es bueno para uno, es malo para el otro y al revés. Para mí, “Siembra vientos y recogerás tempestades” es el resumen de las violencias y el eslabón perdido entre la violencia de la Guerra de los mil días y la violencia de hoy. El libro se publicó en 1982 unos meses después, el 22 de noviembre, murió mi papá, y con unos días de diferencia mataron a Gloria Lara Echeverri, mi prima, a quién habían secuestrado en junio de ese mismo año. Ambos fueron unos golpes devastadores, yo quedé muy mal psicológica y anímicamente; entonces, en 1986, decidí irme a La Habana como corresponsal de Caracol. En realidad, estaba huyendo del dolor y de la pena, de todo lo que se pareciera a este país y a este entorno porque, claro, el mundo de allá no me recordaba cada instante a mi papá. Fue una época muy dolorosa porque yo estaba en medio de un duelo terrible; pero también fue muy interesante Pues el compromiso que hice con Yamid amat consistía en que yo tenía que generar una noticia diaria, y eso en Cuba es imposible. Entonces se me ocurrió recurrir a un amigo mío cubano, Ricardo Alarcón de Quesada, que acababa de llegar de Nueva York de ser embajador en la ONU y para ese momento era Presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular. Lo que hacíamos era reunirnos dos o tres veces por semana, pasábamos revista, él hacía las noticias y yo las emitía. Recuerdo muy bien que cuando conversábamos, me decía: “Imagínate, yo acostumbrado a levantarme todos los días con el New York Times y el Washington Post, y llegó aquí la principal noticia que hay es que Ubre blanca, que era una vaca de la que Fidel estaba enamorado, había producido 101 litros de leche diarios y al otro día había aumentado a 103”. Pude relacionarme con muchos políticos latinoamericanos; pero, tal vez, lo más interesante en el ámbito de convivencia fue ver la vida cotidiana de la gente cubana. Vivir es muy difícil para ellos, pierden una cantidad de tiempo en lo que ellos llaman “resolver”: resolver la carne, el agua, la leche, el dentista... Y aún así, son gente adorable, de una calidez incomparable. Allí duré como 10 meses y tuve que regresarme porque me enfermé de la columna, tenía una hernia discal que me tuvo tullida casi un año, hasta que me operaron. Luego ingresé a El Tiempo a hacer reportajes de domingo y trabajando allá, viaje el 12 de octubre de 1986 a los Estados Unidos para acompañar a Darío Arismendi a recibir el premio María Moors Cabot, que se otorga a quienes coadyuvan al entendimiento y a la libertad de prensa entre los pueblos del hemisferio occidental. Yo había estado en la Embajada Americana unos días antes del viaje y no se había presentado ningún problema. Al llegar al aeropuerto, en la fila inmigración, me dijeron: “Su visa ha sido cancelada. Se vuelve o se queda un juicio”. Yo bien andariega y aventurera, respondí: “Yo me quedo, no tengo nada que temer”. Creía que el interior de una cárcel daba para cualquier novela, Y pensé que esa era la oportunidad de hacer el reportaje de mi vida, pero se formó un lío que duró 5 días, un lío de prensa muy gordo. Tenía acceso a los teléfonos públicos del aeropuerto; entonces, ahí mismo llamé a Ramón Jimeno, que era mi amigo, había vivido en Nueva York y tenía muchos contactos. Llamé al embajador en Washington, que era Pacho Posada de la Peña, muy amigo de la familia de mi mamá, de Barranquilla, se portó muy bien, se la jugó toda. También a mi secretaria, Amelia Beltrán, quien había sido secretaria de mi papá, y le pedí que no le dijera nada a mi mamá ni a mi hijo, porque inicialmente pensé que eso se podía solucionar rápido. Llamé a la universidad de Columbia, al profesor Donald Johnston quien también se portó divinamente. Esa noche me llevaron a un hotel escoltada por unos guardias de inmigración y al otro día me trasladaron a una cárcel de inmigración en Nueva York. ¡Esa cárcel era terrible! Estaban todos los inmigrantes, en una situación muy complicada porque literalmente no existen: no han entrado al país ni están en su país de origen, entonces no tienen derechos. Ese era mi caso, algo muy angustioso porque hacen con uno lo que quieren. Los baños no tenían puertas y había un pabellón con los de Mariel. A mí me tocó con una jamaiquina, que no se me olvida Nunca, vivía con la televisión a todo volumen, a todas horas porque no resistía el silencio. ‘Moncho’ Jimeno me mandó un abogado que hizo contacto conmigo muy rápido, Arthur Helton, un tipo de Derechos Humanos, que se encargó de enfocar el problema por el lado de la prensa. Al otro día, Donald Johnston, mi profesor de Columbia, fue al supuesto hearing que había, en plan de testimoniar que me conocía, pero el juez no se apareció, A mí tampoco me llevaron y nadie me decía de qué delito me estaban acusando. La primera Crónica, publicada el 15 de octubre de 1986, la titulé: así fue mi detención. En ella relataba cómo al llegar al aeropuerto de Nueva York fui retenida: Una funcionaria uniformada buscó en un libro lleno de nombres colocados por orden alfabético. Lara Salive Patricia, encontró. “Siga conmigo”, dijo la mujer, que me obligó a sentarme en un salón contiguo, luego de entregarle mi pasaporte, con mi Visa en orden, a otro funcionario en migración. Transcurrieron casi 30 minutos. “¿Qué pasa?” pregunté. “Estamos averiguando. Usted será la primera en saberlo”, respondió el hombre que tomó mis documentos. El funcionario salía, entraba, consultaba un computador viejo el cual, para pertenecer a los Estados Unidos, funcionaba demasiado lento. (...) Pasaban los minutos, incluso las horas. Mientras tanto, yo me soñaba caminando por el Greenwich Village, o asistiendo a un concierto de jazz, Como lo hice hace 6 meses, cuando estuve en Nueva York por última vez. a las 2:30 de la mañana el hombre me llamó: ha estado presa alguna vez, preguntó. Nunca, le contesté. Luego me preguntó si yo había pertenecido a algún partido. “Al liberal”, le dije. Que si actuaba en política. “Hago periodismo político”, contesté. Que si había escrito contra el gobierno de los Estados Unidos. “He escrito contra la política de Reagan en Centroamérica. Además, y tal vez no le gustó al gobierno de Estados Unidos, escribió un libro de perfiles de los jefes del m-19, muertos ya”, agregué. El norteamericano tampoco parecía entender. Finalmente, me informó que mi Visa número 020366, múltiple, categoría B1 B2, expedida en París el 8 de julio del 85, vigente hasta el 8 de julio del 90, había sido cancelada por el Departamento de Estado. Mientras pensaba en que a Gabriel García Márquez no lo dejan entrar a Estados Unidos cuando él lo desea, le contesté al funcionario: “lo que no entiendo es que la embajada norteamericana en Bogotá no me hubiera avisado. Yo fui en agosto a hacerle una entrevista a William Von Raab, jefe de aduanas en Estados Unidos. Y la jefe de prensa de la embajada sabe dónde conseguirme. El funcionario no contestó. Dijo, simplemente, que yo tenía dos opciones: irme o asistir a la Corte para dar una declaración. Le contesté que, como la embajada no me había advertido la cancelación de mi Visa, se hacían que me devolviera, el gobierno de Estados Unidos, en justicia debería pagar el pasaje, el cual, además, era en primera clase. Le agregué que, como periodista, escogía la opción de quedarme y concurrir a la Corte. Cómo se entra una cárcel en Estados Unidos punto fue la segunda Crónica que escribí y que se publicó el jueves 16 de octubre de 1986. En el cuarto piso del edificio número 201 de la calle de la calle Varick, Una reja electrónica abre las puertas de la prisión. Me recibe la señorita Saccalamano, una norteamericana de origen italiano que lleva un uniforme verde olivo que le aprieta su inimaginable cantidad de grasa. Frunciendo su ceño joven, la gorda Saccalamano me entrega el reglamento, requisa mi maleta, me toma cuatro fotografías y me pide que ingiera la comida que sobre una bandeja de icopor, a las 5 de la tarde, acaban de traer: la carne, baja de sal, revuelta con verduras indefinibles, el coliflor hervido, y las pelotas pegachentas de arroz son imposibles de pasar. A pesar de un hambre inmensa por el almuerzo reprimido, solo como dos tajadas de comapán. Pido que me permitan hablar por teléfono con nuestro embajador en Washington. Solo puedo llamar con cobro revertido. El embajador posado de la peña acepta pagar mi llamada. Me informa que el departamento de estado considera que yo pongo en peligro los intereses de Estados Unidos. Me sonrío. Me llevan a la celda. Conozco a mis compañeras: una amable dominicana vendedora de heroína y una ladrona jamaiquina quien, permanentemente, pronunciaba palabras soeces. Le digo a guardiana que quiero ver la charla televisada del presidente Reagan responde que eso depende de mis compañeras de celda. Ellas aceptan. Escuchó al presidente Reagan pidiéndoles a sus compatriotas que recen porque haya un mundo donde reinen la paz y la libertad. El día de la entrega del premio, que transmitió la CBS, dejaron vacía la Silla en la que yo me iba a sentar y la eliminaron con un reflector punto fue un gran escándalo porque un episodio similar acababa de ocurrir en la unión soviética, cuando el periodista norteamericano Nicolás Daniloff fue detenido en Moscú. La prensa gringa había sido muy crítica con la forma como los rusos coartaban la libertad de expresión y la prensa libre, y ahora ellos hacían lo mismo conmigo. Mi abogado organizó una rueda de prensa en la cárcel de inmigración a la que fueron todos los medios. Ahí salí con el uniforme de presa, que era una pijama amarilla, y dije: estoy extrañada por los motivos por los cuales el gobierno norteamericano me aplicó la ley de exclusión McCarran-Walter número 235C, que versa sobre personas con antecedentes comunistas y de guerrilla, a quienes les está prohibido ingresar al territorio de los Estados Unidos. Mi único contacto con guerrilleros colombianos han sido las entrevistas con los miembros del m-19, Jaime Bateman, Carlos Toledo Plata y Antonio Navarro Wolf, para publicar el libro Siembra vientos y recogerás tempestades. Mi trabajo como reportera en Colombia me ha llevado a realizar reportajes sobre Cuba y Nicaragua; en ellos he manifestado no estar de acuerdo con la política norteamericana en Centroamérica, pero de ahí hacer una abierta enemiga del régimen norteamericano hay mucha distancia y por eso preferí quedarme para aclarar mi situación, porque siempre he creído que en los Estados Unidos existe la libertad. Cuando se acabó la rueda de prensa, Helton me dijo: “Esperame, ya vengo para que me firmes el poder”. En ese momento me trasladaron a una cárcel de delincuentes comunes. Terrible ahí sí me dio miedo. Yo pensaba: “Estos hijuemadres me desaparecieron”, porque nadie sabía dónde estaba yo, ni siquiera el abogado y yo no le había alcanzado a firmar el poder. Me mandaron al Metropolitan correctional Center, por allá en el downtown de Nueva York, y como el caso había salido tanto por los medios, cuando llegué, las presas que en su gran mayoría eran mulas, me recibieron con aplausos y fueron muy solidarias. Me comunicaron en una celda de castigo, que tenía uno por dos metros. Esos cinco días fueron para mí una experiencia muy interesante, sobre todo porque conocí el mundo de las colombianas detenidas en los Estados Unidos punto a mí me comunicaron porque ellas me estaban pasando sus historias y no querían que yo tuviera contacto alguno con ese tipo de problemática. Fue algo muy complicado. Yo lo único que pensaba era Cómo romper la incomunicación y lo que hice fue escribir papelitos, porque papel y lápiz sí tenía, y se los pasaba por debajo de las puertas a las colombianas con el dato de que llamarán a helton y le informaran dónde estaba yo. Cuando Helton me localizó, quedé un poco más tranquila. Yo ya no podía hacer mis crónicas por teléfono, sino que escribía unos comunicados que las presas le hacían llegar a Helton y él se las entregaba a Darío Arismendi, quien las leía para Yamid Amat en la radio colombiana. “Quieren doblegarme psicológicamente” fue la tercera y última crónica. El señor supervisor de esta cárcel, un norteamericano de color, de apellido Robinson, a quien se le ve en la cara que es incapaz de amar, me recibió casi a los gritos, me quitó los periódicos, me despojó del bolígrafo y la mayor parte de mis fósforos, pretendió obligarme a firmar sin leer unos formularios. Aburrido ir sus gritos y alzandole la voz, Le dije que nadie podía obligarme a firmar papeles que yo no había leído. Entonces el supervisor Robinson se enfureció y me gritó palabras soeces y me envió para la celda de castigo. Es evidente que tiene órdenes de actuar de esa manera, porque quieren doblegarme psicológicamente. Quizás les parece que cometió un delito al dar mis impresiones a la prensa o a escribirlas yo para El Tiempo; desean silenciarme. Ahí estuve durante dos días, hasta que me sacaron por la presión internacional y la Enrique Santos Calderón, que pedían al gobierno de los Estados Unidos que si tenía algo en mi contra, lo dijera y me acusara oficialmente. Los del FBI me sacaron de ahí es posada, en un carro hasta la puerta del avión, eso fue una cosa muy impresionante. Cuando me subí al avión, la tripulación de Avianca me recibió con aplausos, con champaña, viaje en primera clase. Un contraste total. El avión y su escala en Barranquilla y yo me asomé a las escaleras y vi que habían organizado una manifestación pública, la cosa más divina, espectacular y espontánea del mundo. Cuando llegamos a Bogotá, mi mamá estaba esperándome en el aeropuerto. Realmente me sorprendió, pues siendo ella una señora tan aristócrata, fue muy solidaria. Regresar no fue la solución del problema en el que yo estaba. En primer lugar, habían empezado a funcionar los escuadrones de la muerte, los de Castaño, que en esa época eran fantasmas; y aún así, hacían correr la sangre de todo el mundo. En segundo lugar, hubo elecciones de Congreso en los Estados Unidos, y el lío seguía y seguía, y Reagan, que era el presidente, perdió como dos puntos en las encuestas; Entonces el subsecretario de estado para América Latina, Elliott Abrams, un tipo terrible, resolvió acusarme en 60 minutes, de la CBS, de que yo había incendiado el Palacio de Justicia y de que yo era una terrorista, eso, en este país era peligrosísimo. Empecé a vivir casi clandestinamente en las casas de mis amigos, escondiéndome de quién sabe quién. Estuve en las listas de amenazados a muerte de 1987, en la misma que estaba el papá de Héctor Abad y Pardo Leal, entre muchos otros. Cuando abramos me acusó y la situación se puso tan complicada, yo le dije allí Yiyo García Márquez que necesitaba el abogado que había defendido a Gabo del rollo con los militares, cuando le tocó aislarse en México. Este era Alfonso Gómez Méndez, y el lo que hizo fue apoyar desde aquí a Helton, mi abogado en los Estados Unidos, porque la pelea era allá. Por esos días, a mi mamá le dio cáncer de pulmón. Fue otra época muy dura, la cárcel fue en Octubre y a mi mamá la diagnosticaron en febrero. Yo me dediqué a ella hasta septiembre 30 de 1987, cuando murió. Al poco tiempo de que contacté Alfonso, iniciamos una relación de pareja y en marzo de 1989 me casé con él y quedé esperando a María, mi segunda hija. En esa época, Virgilio barco era presidente de Colombia y muy amigo mío, Pues yo había sido su suplente en el concejo de Bogotá. Él hizo una cosa que fue muy importante para todo el proceso: me nombró embajadora en la ONU. Era una de esas embajadas que duran tres meses para la asamblea general. Barco era un liberal de verdad y se la jugaba por principios liberales; por supuesto, eso fue un rollo con Estados Unidos punto a mí me dieron una visa igual a la que le daban a los miembros de las FARC y a Fidel Castro; con esa podía moverme solamente en Nueva York. Helton lideró esa pelea con Estados Unidos, que fue muy importante porque tumbamos una ley que se llamaba McCarran-Walter Act, la misma que por razones ideológicas prohibía el ingreso de la gente a territorio estadounidense. Era la que le impedía ir a García Márquez y a Antonio Caballero. Pero, eso aquí ni siquiera se supo, Aunque fue muy importante. Yo demandé a los Estados Unidos por 10 millones de dólares, pero la embajada planteó una solución: que yo depusiera la demanda y ellos me devolvían la visa, y así lo hice. Mucha gente me preguntaba porque no seguía o me decían: ¡que burra!. Pero fue un alivio porque yo me sentía luchando contra el universo, contra una montaña al pelear contra los Estados Unidos y viviendo en un país supremamente peligroso donde cualquiera podía pegarle a uno un tiro. El fin de ese episodio coincide con el nacimiento de María, a quien me dediqué en cuerpo y alma. En 1991 nombran a Alfonso embajador en Viena y Federico, mi tercer y último hijo, nace allá. Para mí, la experiencia de haber sido la esposa de un embajador fue exactamente lo mismo que ser muchacha de servicio de altísima categoría. Alfonso llevaba huéspedes y perdíamos completamente la privacidad de la familia. Había que atenderlos, prepararles pasabocas, estar pendiente de ellos punto a mí no me parecía rico porque yo tengo mi vida propia, mis intereses y a mí no es que me guste la gente, me gustan mis amigos, pero no la gente en general y me llegaban otros diplomáticos con sus esposas, que eran unas señoras que no hablaban inglés, mucho menos alemán, y que no eran capaces de hacer nada por sí mismas. Lo que sí recuerdo con mucho cariño de esa época era que los niños estaban chiquitos y yo me la pasaba con ellos en los parques, dándole comida a las palomitas y a los patos. Cuando Federico tenía como un año y medio y ya se estaba acabando la embajada salió la noticia de que Juan Tomás de Salas y Daniel Samper estaban interesados en hacer una revista en Colombia y que habían fracasado algunas negociaciones que tenían, llamé a Daniel a España para decirle que a mí me interesaba el asunto. Comenzamos a armar un muñeco que quedó estructuralmente mal armado por una sola razón: Juan Tomás había fundado una sociedad que se llamaba Inrevista América, sin dinero, y le había pedido al industrial y banquero venezolano Nelson Mezerhane, a quien yo aprendí a admirar y a querer, que se asociara con él. Así pues, Mezerhane capitalizó Inrevista América con plata contante y sonante, y Juan Tomás capitalizó las pérdidas de la revista Cambio16 América que había iniciado en algunos países. En esa sociedad tuvo el 51% de Inrevista Colombia, que es la sociedad editora de Cambio. Yo puse el capital del 40% y otros socios pequeños pusieron el resto. Después, quizás por esa actitud Imperial de los españoles, Juan Tomás no nombró en la junta a los venezolanos, lo que les provocó una molestia muy grande. Ellos tenían un acuerdo según el cual toda decisión se tomaría contando con su voto Mezerhane presionó un cambio en la junta, Y entonces Juan Tomás quedó con dos miembros, yo con otros dos y los venezolanos con uno. Poco después se produjo el primer intento de sacarme. A mí me apoyaron los venezolanos que dijeron “un momentico, Patricia no se va de la presidencia de la junta. Digan que ha hecho mal como para proceder de esta manera”. El hecho es que el espíritu Imperial de Juan Tomás unió poco a poco a los latinoamericanos, de la misma forma en que los unió en la época de la independencia, y se armó entre nosotros una alianza muy sólida con la cual conformamos una mayoría. Ese hecho generó una crisis interna. Vino entonces una asamblea dramática en la que Juan Tomás quiso acabar conmigo. Pero no contaba con que los venezolanos estarían presentes. Nosotros les hicimos una sola pregunta: “¿A quién representa usted?”. Él nos contestó: “a Inrevista América”. “¿y dónde está el poder?”, dijimos. “Yo soy el órgano”, decía enfurecido. No lo tenía. No existía un acta que autorizara su representación. Entonces, cómo nos representaba nadie, la asamblea no tuvo quórum. Inrevista América se escindió, los venezolanos se quedaron con la parte de las acciones de la compañía en Colombia y después me las vendieron a mí en un negocio que no tuvo garantía distinta de la palabra de Mezerhane y la mía durante 8 meses. Eso, que involucró a amigos de Juan Tomás como Daniel Samper, generó un escándalo público en el que me quedé absolutamente sola. Darío Restrepo era el director de cambio que pusieron ellos punto eso determinó que tuviera una relación muy tensa conmigo. Para evitar roces con él, en la junta en la que no me pudieron sacar les dije: “miren, Hagamos una cosa: yo debo arreglar una bodega Donde tengo los trasteos de todos mis ancestros. Me voy a arreglarla y después vuelvo”. Y así lo hice. A finales de 1994, me dediqué a mi bodega, lo que me representó una especie de psicoanálisis acelerado. Allí estaban las fotos del primer novio, los testamentos, las bufandas de mi papá, todo. Yo lloraba, me reía, volví a llorar... Bueno, en el arreglo duré cerca de dos meses. Al mismo tiempo estudié cocina y saqué mi diploma de cordon blue. Fue una época muy dura porque se trataba de hacer la empresa luchando contra unos Titanes, unos peleadores Tena ces punto en algún momento cuánto más anunció: esto se va a resolver a la española, y a la española es con masacre total. Pero no. con nadadito de perro seguimos adelante. Esa asociación fue muy complicada, cómo son de complicadas las asociaciones con empresas extranjeras y pulpos internacionales. El hecho es que Juan Tomás quería succionar todos los recursos de Colombia para solucionar su quiebra en España, que era tan gigantesca que Juana acabó entregando todo Cambio16 por una peseta. Entonces, Mezerhane le compró a Juan y después yo le compré al venezolano y seguí con Cambio un poco más de tiempo, hasta cuando ya el tema financiero era durísimo y le vendí la revista Gabo. Durante todo ese proceso, la relación con Daniel Samper se deterioró muchísimo y terminó mal. Él es un periodista a quien admiro mucho, es capaz de reemplazar a una redacción entera, hace desde caricatura hasta editorial, pasando por crónica. Yo quise a Cambio como una mamá quiere a un hijo y creo que Daniel también la quiso como si fuera el papá, y la pelea fue a muerte, era comparable a las que tienen las parejas para definir quién se queda con los hijos. Finalmente la gané, y a él, por supuesto, nunca le gustó eso. A lo largo de esos años, el trabajo periodístico Fue maravilloso. Desde el nacimiento de la revista, Gabo fue un gran apoyo, él editaba textos desde México porque era muy amigo mío Yiyo era mi consejero editorial. Los consejos de redacción eran muy democráticos, Yo creo que era un medio bastante liberal, donde la libertad de los periodistas era muy grande. Fue una escuela para muchos, yo recuerdo con mucho cariño a todo el equipo. Entre los pupilos estuvieron Andrés Grillo, Armando Neira, Alejandra Vengochea, Andrea Barela, Nelson Freddy Padilla y, entre los duros, sin duda, Rafael Baena y Eduardo Arias. Primero hacíamos el consejo de redacción y luego nos reuníamos individualmente con cada periodista y el fotógrafo para preparar el tema, las fuentes, el proceso de investigación. Luego ya venía el artículo escrito y la edición, que era todo un proceso: le subía cosas, les bajaba otras y ubicábamos los vacíos que había. Yo creo que el oficio del periodismo, al que yo me dediqué, se relaciona directamente con una faceta de la personalidad de mi padre, porque él era un tipo sumamente preguntón. Íbamos de paseo a cualquier parte, de aquí a girardot, por ejemplo, y parábamos 10,000 veces en cada tienda y cada restaurante donde vendían las chiras y viudo de pescado, y el interrogaba a las señoras que cocinaban y vendían, les preguntaba la vida y se enteraba absolutamente de todo punto es que, al final, los periodistas somos espías de la realidad, de lo que pasa; Por eso tenemos las ventajas de que no nos aburrimos nunca, porque todos los días nos interesan cosas distintas. La gran dificultad está, por supuesto, en cómo contamos aquello que espiamos. Para mí, el éxito de un reportaje está en que se lea como una novela, que sea un cuento bien contado. En Cambio tratábamos de privilegiar siempre el reportaje, algo que tenía una relación directa con la insistencia de García Márquez en que esté es el género de géneros. En una ocasión ganamos el Premio Nacional del Círculo de Periodistas de Bogotá, por uno que hicimos sobre droga, para el que yo básicamente mi interné en una clínica de adictos, fue muy intenso y muy duro. También recuerdo muy bien una investigación acerca del porqué de la violencia,que hicimos a dos manos con ‘Yiyo’ García Márquez y que acompañamos con una encuesta que hizo Carlos Lemoine del Centro Nacional de Consultoría, y que revelaba que el maltrato era uno de los principales detonantes de las conductas violentas. Luego publicamos lo primero que salió a la luz pública del proceso 8000, que fue el rollo de las camisetas impresas en una empresa los Rodríguez Orejuela. Sin embargo, muchos de Los espías de la realidad terminan siendo también escritores; es decir, nunca dejan de espiar la cotidianidad y se vuelven espías de la vida. Eso les permite escribir conectados con la realidad, No desde sus Torres de Marfil. A la espía que hay en mí le han interesado siempre los seres humanos. Somos una mina, estamos repletos de ambivalencias, nos forman pequeñas piezas y partes que se rebelan individual y permanentemente. Creo que en mi segundo libro, “Las mujeres en la guerra”, está esa periodista, que es un poco psiquiatra, pues lo que hace es dejar que todas esas mujeres hablen sin sentirse juzgadas, ahí mi actitud no es inquisidora, de preguntar, acusar y censurar, sino de hacer introspección psicológica: meterse dentro de la psiquis de la gente y eso lo aprendí, básicamente, haciendo yo misma psicoanálisis. Escribir ese libro fue una experiencia muy dura. Cambia de personalidad cada 15 días, pues escribir los relatos en primera persona y algún aspecto de cada una de ellas me afectó de manera distinta: el arte y la carencia de Margarita, la historia de la secuestrada de la hija - porque me identifiqué mucho con María, mi niña- el de la desplazada que deja todo botado y sale corriendo y me afectó enormemente el de la mamá de los Pizarro. El relato de María Eugenia, en el que ella está enamorada de un hombre que a su vez está enamorado del poder, y no de ella, no solo me identificó, sino que me llenó de satisfacción. Cuando lo terminé se lo envié, luego me llamó muy emocionada y me dijo: yo nunca me había oído hablando así. Puede que no hayan sido sus palabras textuales, pero sí sus sentimientos y su emoción. Y eso era, precisamente, lo que yo quería: asumir sus voces, su forma de hablar, me metía tanto en su yo interno que me volví a ellas por ese tiempo. La tesis de ese libro es que las mujeres no estamos hechas para la guerra, lo cual concuerda con la estadística, ya es vieja, pero no creo que haya cambiado mucho, que muestra que aproximadamente un 90% de de las muertes violentas en Colombia son de hombres, porque tienen mucha más propensión a involucrarse en hechos violentos. Después de “Mujeres en la guerra” seguía todavía obsesionada con la pregunta: ¿Por qué los hombres se van a la guerra? tenía una hipótesis, que venía de una entrevista que le hicimos con ‘Yiyo’ a Otto y Paulina Kenberg, unos psicoanalistas muy famosos, que vinieron a Colombia a un encuentro de psiquiatría, y nos explicaron que la gente que opta por la violencia es aquella que en la infancia ha sufrido maltrato físico, psicológico y sexual. A partir de ahí, siempre tuvo el interés de comprobar mediante el reportaje esa afirmación. Conocí tres o cuatro historias de amor entre figuras destacadas del ejército, la guerrilla y los paramilitares, y con eso armé mi primera novela, “Amor enemigo” y di el salto a la literatura. Fue una experiencia fascinante, una aventura espectacular por la mezcla de reportaje, crónica e interiorización. Así suene raro lo que estoy diciendo, me di cuenta de que uno puede decir mucho más la verdad en la ficción que en el periodismo, por la sencilla razón de que a veces llega uno a cosas que simplemente no puedes ir, porque son verdades muy profundas que parecería que forman parte del terreno de la suposición, pues son aspectos que no se pueden probar mediante escritura pública, pero que realmente componen la verdad última de las cosas, entre ellos: las contradicciones del ser humano, que se pueden manejar divinamente en la ficción; en cambio, en el periodismo es muy difícil. Por ejemplo, el dolor de espalda que sufre Miledi, la protagonista de “Amor enemigo”, es un dolor real y muy específico que yo sufro en la paleta izquierda. Lo llamó el dolor del abandono, que me da cuando alguien se va, se ha muerto, hay un duelo o un abandono... Luego, mi psicoanalista me contaba que tocando determinados puntos en la espalda, se desatan procesos inconscientes, como si el inconsciente estuviera en la espalda. Y fue algo intuitivo, la literatura es muy intuitiva. Mi hija María es mi editora. Ella me va leyendo, conversamos y me hace sugerencias. A pesar de eso, me muero del susto cuando publico, siempre tengo la seguridad total de que eso es una mierda. En ese sentido, me hace mucha falta ‘Yiyo’, que era mi lector. Nunca me corregía, pero conversábamos y me hacía caer en cuenta de que algo no funcionaba bien. Los proyectos de libros que tengo actualmente ya no son de violencia, quedé exorcizada porque “Amor enemigo” es muy violento, tiene unos episodios muy terribles. Mi más reciente creación es hilo de sangre azul, una novela de ficción, en la que hago un retrato de lo variado que resulta al estrato 6, sus tejemanejes, las diversas dinámicas, los modos de relacionarse y de tratarse que se dan entre las personas adineradas. La anécdota de la que yo partí para desentrañar ese mundo es la que vive la protagonista, Sara Yunus, quien al llegar una noche a su apartamento, se da cuenta que hay un hilo de sangre que se escurre desde el apartamento 201. El fallecido es el financista Pedro Ospina, quien yace en el suelo con un arma en las manos y un disparo en la cabeza… De aquí en adelante vendrán otras apuestas literarias. A mediados del primer semestre de 2006 me lancé a la vicepresidencia de Colombia. Carlos Gaviria era el candidato a la presidencia por el Polo democrático alternativo y una noche llegó a mi casa, me propuso la idea y no dudé mucho punto en la campaña Me comprometí con el tema de género: la discriminación salarial de la mujer, las madres cabeza de familia y el hecho de que el desplazamiento recae fundamentalmente sobre las mujeres, y aún así, las oportunidades de empleo y de salario son muy inferiores en relación con las de los hombres. Accedí porque me parecía muy importante ayudar a consolidar un proyecto de oposición ya que ese unanimismo que había en ese momento me parecía terrible. Ahora, las encuestas marcan lo mismo que antes, pero uno siente que el unanimismo se está comenzando a resquebrajar. Por otro lado, la posibilidad de hacer inmersión en la realidad colombiana durante dos meses de campaña intensa me parecía muy interesante. Aunque Confieso que acepté porque sabía que el polo no iba a ganar, yo me siento incapaz de ser vicepresidente de la República por la sencilla razón de que no tengo la personalidad que se requiere para ser político: No tengo necesidad de aplausos, y eso quiere decir que no estoy dispuesta a aguantarme lo que aguantan los políticos para recibir los elogios y los aplausos. Siempre he dicho que no son dos, sino tres los géneros que pueblan la tierra: la mujer, el hombre y el político, o al menos una buena parte de ellos, pues su filosofía de vida se resume en una sola frase: “es bueno lo que me es útil”. Yo, definitivamente, no pertenezco a ese género porque para ellos los votos representan utilidad, los votos conducen al poder político y a mí no me interesa el poder, sino la política Macro, pues si uno la conoce puede saber a quién se beneficia y cómo se distribuye el presupuesto, qué es, al final, el que determina el perfil político de un gobierno. En ese sentido, el otoño del patriarca fue un libro que me marcó definitivamente por la radiografía que hace el poder; de lo ridículo que puede llegar a ser y de la importancia de que el poderoso no se trague la carreta del poder en sí mismo, porque termina buscándolo a toda hora y se hace un ser muy frágil. Además, no estoy dispuesta a sacrificar mi vida privada por el poder; por ejemplo, al político no le importa que lo llamen a las 5 de la mañana a decirle que tiene que irse a Caparrapi porque va a conseguir un botico. Ese fue uno de los motivos que terminó mi relación con Alfonso, el sacrificio que implicaba su carrera política frente a su vida privada, una situación que se hacía más difícil teniendo hijos. Y a mí, realmente, lo único que me interesa es que mis hijos sean felices; no solo porque los amo, sino porque me parece que la felicidad es un factor de buena moral, Por decirlo de alguna manera. Si están felices, les va a ser mucho más fácil aprender Cómo hacer buenos ciudadanos, buenos padres y buenos hijos. Lo demás viene por añadidura. Con ellos yo nunca he sido tan exigente como lo fue mi papá conmigo. Que estudien, pero no tienen que ser los mejores. Yo me conformo con que hagan psicoanálisis y sepan sumar, restar, multiplicar, dividir, sacar porcentajes, leer, escribir, inglés y vender. Todo eso por razones muy sencillas y prácticas: la lectura y la escritura son fundamentales para comunicarse y entender la vida y el mundo. Si saben las matemáticas básicas pueden montar desde una venta de empanadas hasta lo que ellos quieran, y si saben vender empanadas o cualquier otra cosa que hagan, no van a vararse, no se mueren de hambre, algo se inventan para no depender de que les den un puestico. Inglés porque estamos en un mundo globalizado y finalmente, que hagan psicoanálisis para que tengan las emociones equilibradas. Néstor González Gaviria, un amigo mío que me ha asesorado desde siempre, me dijo alguna vez que yo tenía un sombrero de Shakespeare y otro de turca, refiriéndose a mis facetas de periodista y de gerente. En realidad yo me siento más cómoda con el sombrero de Shakespeare, el de turca me gusta y me emociona porque las empresas que he tenido a mi cargo las he sacado todas adelante con éxito, pues me niego a fracasar. Aunque de ese, ya me estoy cansando, me quita mucho tiempo y se lo quiero delegar a un alter ego para que se haga cargo de los negocios. Pero hay otros dos que adoro y que desde que me los puse no me los he quitado: el de mamá, porque creo que eso es lo que mejor hago - sobre todo con María y Federico a Jorge le tocó la mamá inmadura que tenía en la cabeza otros intereses - , y el de tamborilera, más que cualquier otra cosa, esa es la Patricia, diría yo; la vital, la que se pone las fiestas de ruana, la que canta, la caribe, la que goza, La parrandera y rumbera.... Lo que pasa es que con los años va estando mucho más escondida.