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- Patricia Lara Salive
- 27 nov 2020
- 3 Min. de lectura
Lo que no esperábamos es que un gobierno del Centro Democrático fuera a hacer las cosas tan mal en materia de seguridad”, manifestó, a los cuatro años de la firma del Acuerdo de Paz, Sergio Jaramillo, exmiembro del equipo negociador del gobierno Santos con las Farc.
Si se piensa en lo que pasa en los territorios —y si se compara esa situación con lo que ocurre en la esquina de la calle 94 con carrera séptima de Bogotá, donde los ladrones, sin temor alguno, atracan sistemáticamente—, se concluye que Sergio Jaramillo tiene toda la razón. Según la Fundación Ideas para la Paz, las masacres casi se han cuadruplicado; las acciones de grupos armados distintos de las Farc —que ya no existen— han aumentado en un 65 %; los homicidios se han incrementado en un 39 %; los asesinatos de líderes sociales han pasado de 82, antes de la firma del Acuerdo, a 128 en el último año; los homicidios de excombatientes de las Farc alcanzaron en el 2019 la cifra récord de 78, y este año ya van en 18.
Es que, según Jaramillo, si bien el proceso de paz con las Farc se ha mantenido, entre otras razones, porque la política de reincorporación de Duque, dirigida por Emilio Archila, ha sido un éxito, “el derrumbe de la seguridad en las regiones” constituye “la mayor amenaza a la paz”. Ello se debe a que “algunas personas pueden comenzar, ante el riesgo, a titubear y preferir meterse bajo la sombrilla de alguna organización ilegal para protegerse de los asesinatos”.
Sin embargo, tan preocupante como lo anterior es su comentario sobre la pugna que hay en esas zonas por el control territorial: “La pregunta, más bien, es por qué el Estado ha sido tan ineficaz en su respuesta. ¿Cómo es posible que en el Cauca maten a un líder cada tres días y el Gobierno se comporte como un espectador parado en una esquina frente a un accidente de tránsito?”.El mismo Jaramillo da la razón: “Primero”, dice, este “es un Gobierno que (…) no sabe leer la realidad. Actúan como si estuvieran enfrentando a las Farc (…), cuando la realidad es que la gran guerra militar en Colombia se acabó”. Ya lo que hay son “muchas pequeñas organizaciones ejerciendo otro tipo de control, más basado en asesinatos selectivos y plata. De ahí las masacres”.
Y agrega algo peor: hay una “ausencia total de lucha contra la corrupción en las propias filas (…). No es posible que se mueva la droga como se está moviendo (…) sin que haya mucha gente comprada dejando pasar. Eso funciona así, tristemente. Y la gente lo ve, lo que rompe la confianza en la protección de la fuerza pública. Si no limpian la casa por dentro, no hay nada que hacer”.
Eso es exactamente lo mismo que sucede en la calle 94 con carrera séptima: todos saben que ahí operan los ladrones, pero miran para el lado opuesto. Como preguntaba hace poco Julio Sánchez Cristo: ¿por qué no se sube a un árbol, ahí, un policía vestido de paisano y acaba con los robos?
Por la misma razón que en los territorios, en las narices de la fuerza pública, matan líderes sociales y excombatientes, procesan y transportan droga, y las retroexcavadoras amarillas y gigantescas explotan ilegalmente las minas sin que nadie “vea”.
Definitivamente, como dice Sergio Jaramillo, lo primero que hay que hacer es limpiar la casa…
Nota. Le envío un abrazo de felicitación a Jorge Cardona por su Premio Simón Bolívar a la Vida y Obra de un Periodista, ese gran editor general que le ha entregado buena parte de su vida a El Espectador.
¡Muy merecido!
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