Aquí también se puede
- Patricia Lara Salive
- 7 mar
- 3 Min. de lectura
"Con voluntad política y metas claras, la gente del Mato Grosso en veinte años ha pasado de vivir en la olla a tener un estatus de vida superior": Patricia Lara Salive.
No es lógico que, si nuestra Orinoquía tiene características similares a las de Mato Grosso en Brasil, su desarrollo esté hoy prácticamente en cero mientras que, en veinte años, esa región brasilera multiplicó por veinte sus hectáreas cultivadas.
Es impresionante lo que ha significado para la economía de nuestro vecino y para el bienestar de la población de la zona el desarrollo de Mato Grosso. Con una tecnología de punta, han logrado utilizar la misma tierra en tres productos: soya, maíz o algodón y ganado. Como explicó Ricardo Ávila en un reciente artículo de El Tiempo, “al tiempo que se recoge este tipo de fríjol (la soya) —clave para la industria de concentrados—, se siembran las semillas de lo que se conoce como la segunda zafra. Entrado el segundo semestre, llegará la recolección de algodón o de maíz. Y cuando este último sea acopiado, llegará el turno por unos meses del ganado que se alimentará de un pasto enriquecido por los nutrientes del suelo. Así, a lo largo de un año, la misma parcela tendrá tres usos, algo que solo es posible en las zonas tropicales con las condiciones topográficas y climáticas adecuadas”.
Así, en Mato Grosso en los últimos veinte años el PIB se cuadruplicó. Y la región es la primera productora de ganado bovino, soya, maíz y algodón de Brasil. Y si la soya es el primer producto de exportación de ese país, imagínense lo que ha significado el desarrollo de Mato Grosso para la economía brasilera.
Pero podría decirse que, desde el punto de vista del bienestar de los habitantes de la zona, los resultados son más asombrosos: el PIB per cápita, en los últimos veinte años, pasó de 19.000 reales (6.506 dólares) a más de 70.000 (12.131 dólares). Eso significa que las necesidades básicas de la población, que antes no tenía nada, ahora están más que satisfechas. Además, el desarrollo de Mato Grosso ha generado un recaudo de impuestos municipales, estatales y federales que, según el Estudio del Desarrollo de la Orinoquía Colombiana de Fedesarrollo, “se ha multiplicado en las últimas tres décadas, creando un círculo virtuoso de inversión pública y expansión productiva, dado que estos ingresos fiscales han fondeado múltiples inversiones en bienes públicos productivos y sociales”.
En resumen, con voluntad política y metas claras, la gente del Mato Grosso en veinte años ha pasado de vivir en la olla a tener un estatus de vida superior.
Ahora, ¿qué se requiere para que en nuestra Orinoquía pueda lograrse ese milagro? Pues se necesita básicamente lo mismo: una inmensa voluntad política para deshacer los enredos legales que impiden que los propietarios de tierras tengan, en esa región, la seguridad jurídica necesaria para atreverse a hacer las grandes inversiones que se requieren; y una claridad de metas que permita que los distintos sectores políticos, independientemente de su ideología, entiendan que, si la Orinoquía se desarrolla como Mato Grosso, Colombia tendría una despensa agrícola gigantesca y lograría el sueño que tuvo Petro al comienzo de su gobierno: producir tanto maíz y soya que podríamos dejar de importar e, incluso, volvernos exportadores de esos productos.
Sin embargo, para conseguir ese propósito, casi que habría que pensar en que la Orinoquía tuviera una legislación diferente en cuanto a tenencia y restitución de tierras, entre otras cosas.
Sería cuestión de que en el gobierno (este, el próximo y los que sigan) vieran claras las prioridades y actuaran en consecuencia.
Comentários