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Dilatando el caos

  • Foto del escritor: Patricia Lara Salive
    Patricia Lara Salive
  • 5 may 2017
  • 3 Min. de lectura

Hace poco, el escritor William Ospina, quien ha defendido la revolución chavista, le escribió una carta a su amigo, el presidente Nicolás Maduro, en la que le decía, en medio de alabanzas, que “las revoluciones tienen sus pausas y sus reveses”; que “el poder desgasta y las comunidades terminan sintiendo que la alternación es necesaria”; que “hay que afrontar el escrutinio popular aceptando con fortaleza la posibilidad de un resultado adverso, porque es evidente que la fuerza de este cambio es tan grande, que el chavismo ya no desaparecerá de la vida venezolana”; que “el chavismo no debe cometer el error de aferrarse innecesariamente a unos cargos que sólo valen si son indiscutibles”; y que le hace la siguiente propuesta: que “el gobierno mantenga sus atributos legales y cumpla su período sin vacilación(…), pero tome cuatro decisiones que demostrarán su confianza en la propia causa y su grandeza histórica: convocar a las elecciones regionales aplazadas, fijar la fecha de las elecciones presidenciales, conceder una amnistía presidencial a los prisioneros por causas políticas y revocar la inhabilitación de líderes de la oposición”.

“Estos cuatro gestos”, continúa Ospina, “desactivarán el peligroso caldero de una confrontación civil y le demostrarán a la oposición y al mundo que el chavismo(…) sólo se propone conservar el poder mientras el pueblo se lo confirme y está dispuesto sin miedo a pasar a la oposición si el pueblo se lo ordena”.

Y concluye: “la visión de Hugo Chávez (…) es para un siglo. Ahora depende de usted que esa visión estratégica conjure los peligros de la violencia”.

Sin embargo, Maduro, torpemente, desatendió el llamado de su amigo y se empeñó en buscar un camino mucho más tortuoso: el de convocar a una Asamblea Constituyente que modificaría la Constitución chavista, esa misma que Chávez dijo que debería durar cien años, y cuyas convocatoria, expedición y ratificación, en 1999, surtieron un proceso democrático que nadie puede cuestionar.

Puede que la Constituyente le sirva a Maduro para distraer un tiempo a los venezolanos. Pero, mientras tanto, la inflación seguirá al galope (ya va por el 700 por ciento), la escasez de drogas y alimentos continuará, la clase media se desesperará aún más, las marchas de la oposición seguirán, la represión aumentará, los muertos en los disturbios crecerán, la opinión internacional incrementará su presión contra Maduro y el temido momento en que no puedan pagarse los compromisos de la deuda externa llegará tarde o temprano. A no ser que se produzca un milagro, que los precios del petróleo suban considerablemente y que Maduro se consiga unos genios que le enderecen las finanzas. Pero nada de eso parece probable. Y si el resultado de la Constituyente es que Maduro, con menos del 20 por ciento de aceptación, se atornilla más en el poder e impide que se realicen las elecciones regionales y presidenciales, la situación se le puede volver inmanejable.

¿Hasta cuándo, por más pacífico que sea ese pueblo, mantendrá su paciencia? ¿Cuándo la rabia y la frustración llegarán al extremo de generar en Venezuela un estallido del estilo del que hubo en Colombia el 9 de abril?

El Che Guevara decía que la lucha armada se volvía viable cuando se cerraban todos los canales democráticos. De manera que si Maduro se empeña en acabar de cerrarlos, la crisis económica continúa y el descontento de los venezolanos llega al límite, la violencia se les convertirá en el único camino. Y Maduro sería el responsable del desangre.

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