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La eterna impuntualidad del presidente Petro

  • Foto del escritor: Patricia Lara Salive
    Patricia Lara Salive
  • 1 sept 2023
  • 3 Min. de lectura

2006. La campaña presidencial marchaba a todo vapor. Carlos Gaviria tuvo la deferencia de designarme como su fórmula vicepresidencial. Por eso, todos los días, a las 7:45 a.m., él me recogía en mi casa, que le quedaba en la vía hacia la oficina del Polo Democrático Alternativo, para llegar a tiempo a las reuniones del Comité Ejecutivo, que él iniciaba a las 8 a.m. en punto. Allí siempre estaba Antonio Navarro, trabajando como una hormiguita desde las 6 a.m. Poco a poco llegaban los otros. Finalmente, a veces a las 10, otras a las 11, fresco, aparecía Gustavo Petro. Nunca se disculpó, que yo recuerde. Por supuesto, Gaviria, que era obsesivo con la puntualidad, se tragaba la rabia. (Una vez les dije: A ustedes lo que les falta es haber tenido una tienda: así sabrían que las lechugas tienen que llegar a las 6 a.m., que hay que abrir a las 7 a.m., etc.).

Después, en 2009, mi hijo Federico, quien era entonces presidente del Comité Cultural de su colegio, invitó a un panel a los jefes de los partidos. Petro acababa de renunciar al Senado y había fundado el Movimiento Progresistas. El panel comenzaba a las 8 a.m. Todos llegaron a tiempo salvo Petro, que apareció a las 10, cuando ya todo terminaba. Ni una disculpa.

El último episodio de impuntualidad que me consta ocurrió el jueves de la semana pasada. El presidente les había concedido una entrevista a Daniel Coronell y a Federico Gómez Lara, de la revista Cambio. Daniel viajó de Miami en la mañana del jueves. Cuando aterrizó, supo que el presidente había cancelado su agenda “por motivos de salud”. La noche anterior, según informó el “El Reporte Coronell”, él se había quedado hasta tarde departiendo con los empresarios Jaime y Gabriel Gilinski, quienes lo habían invitado a un encuentro con el expresidente Duque. Pero Petro llegó tarde y Duque no lo esperó. Al parecer, no regresó a la Casa de Nariño ni el miércoles ni el jueves. El viernes a las 6 a.m. Daniel regresó a Miami. Al llegar, supo que el presidente los había citado de nuevo para el día siguiente. Regresó a Bogotá esa noche. La entrevista se realizó el sábado al mediodía. Ni una disculpa.

Es la misma historia de las casi 90 cancelaciones o aplazamientos de citas que ha hecho como presidente, comenzando por el reconocimiento de tropas y la reunión con los alcaldes del país.

Cuando Cambio le preguntó: “¿Cuál es la razón de salud que lo obliga a cancelar sus compromisos?”, él respondió: “No es nada grave y no es lo mismo siempre”. Explicó que son otros quienes le hacen la agenda. “Los equipos empiezan a organizar como si uno no durmiera (…) Al principio eran sábados, domingos y hay un momento en que uno dice no más. Yo necesito mis equilibrios, el cansancio permanente es un mal consejero. Si usted se excede (…) va a cometer errores”.

Pues déjeme decirle, querido presidente, que el principal error que usted ha cometido en su primer año de gobierno es no haber corregido su insoportable maña de la impuntualidad. Tal vez no se dé cuenta de que, al incumplir sus compromisos, hiere a la gente porque le demuestra que su tiempo le tiene sin cuidado. Es como si careciera de la empatía necesaria para ponerse en los zapatos del otro. Y es como si tampoco se diera cuenta de la plata que le hace perder al Estado con esos cambios de planes y con el tiempo que les hace perder a sus ministros y a todos los que tienen que esperarlo porque a usted se le da la gana. No, presidente, aún es tiempo de corregir...

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