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Merlano y la diplomacia del absurdo

  • Foto del escritor: Patricia Lara Salive
    Patricia Lara Salive
  • 31 ene 2020
  • 3 Min. de lectura

La captura de la exparlamentaria conservadora Aída Merlano en Venezuela puso en evidencia el manejo absurdo que el presidente Iván Duque le ha dado a las cruciales y difíciles relaciones con ese país vecino, con el que compartimos 2.219 kilómetros de una frontera llena de conflictos y desgobierno.

Y el manejo ha sido absurdo porque, por más terrible que nos parezca el presidente de Venezuela, no podemos romper la comunicación con un vecino, máxime si es tan conflictivo como Maduro. Incluso durante el gobierno de Álvaro Uribe —quien tuvo períodos de luna de miel con Chávez—, cuando las relaciones se rompieron y Chávez se le volvió a Uribe su “nuevo peor enemigo”, Colombia y Venezuela mantuvieron abierto un canal por la vía de Julio Londoño Paredes, embajador de Colombia en Cuba, quien a través del gobierno de Fidel Castro se comunicaba con el de Chávez.

Pero ahora el diálogo con Venezuela es nulo y las relaciones con Cuba están frías, por cuenta de la abstención de Colombia en la votación de la última Asamblea General de la ONU contra el bloqueo de EE. UU. a la isla y del desconocimiento por parte de Duque de los protocolos que deben hacer cumplir los países garantes, como Cuba y Noruega, en caso del rompimiento de la negociación con el Eln. Entonces, por cuenta de esa actitud infantil de Duque, no solo nos quedamos sin comunicación con Venezuela, sino que herimos a las palomas mensajeras que podían llevarle razones a un vecino capaz de generarnos problemas tan complicados como el estímulo a la migración masiva y la protección abierta a los disidentes de las Farc y del Eln, organización con la que en este gobierno parece cancelada toda posibilidad de paz, lo que constituye otro error; sin embargo, ese tema corresponde a otra columna.

Pero la situación es grave no solo por la incomunicación, sino porque Duque se ha dedicado a torear a Maduro insistiendo por más de un año en que no reconoce a su gobierno, sino al del autodenominado presidente Juan Guaidó, que si bien cuenta con cierto apoyo internacional, no manda ni controla en Venezuela.

Duque debe comprender que el cerco diplomático que él ha encabezado contra esa nación puede liderarlo cualquier otro, salvo el presidente de Colombia, precisamente porque somos vecinos y tenemos delicados problemas en común, que solo podemos solucionar si dialogamos.

El caso de Merlano tiene que hacer que Duque y su canciller entiendan que el presidente de un país es el que duerme en el palacio presidencial y tiene el control del Ejército y la Policía. Y esas condiciones las cumple Maduro, pero no Guaidó.

Sin embargo, ahora, cuando se presenta la oportunidad de revisar esa política y de pedirle a Maduro la extradición de Merlano, el gobierno de Duque sale con el risible disparate de decir que la extradición se la pedirá a Guaidó, quien nada puede hacer.

Duque debe aterrizar en la realidad: el presidente de Venezuela es Maduro. Y él es el único que puede enviarnos a Merlano.

¿O será más bien que el Gobierno hizo el papelón de pedírsela en extradición a Guaidó porque sabe que él no la puede extraditar y no quiere que Aída Merlano llegue a Colombia y, bajo juramento, delate ante un juez la red de corrupción electoral en la Costa, la cual involucra no solo a los Gerlein, sino que salpica al clan Char, que aspira presidir el Senado y convertirse en uno de los principales aliados de Duque?

Siguiente pregunta…

Nota. Por viaje, esta columna reaparecerá en dos semanas.

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