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Sergio sube, Uribe baja

  • Foto del escritor: Patricia Lara Salive
    Patricia Lara Salive
  • 11 ago 2017
  • 3 Min. de lectura

No es casual que, por una parte, las encuestas muestren que, por primera vez, la imagen negativa del expresidente Álvaro Uribe supera su imagen positiva y que, simultáneamente, la salida del cargo como comisionado de Paz del filósofo y filólogo Sergio Jaramillo haya producido semejante avalancha de elogios sobre su gestión como “arquitecto de la paz”.

En realidad, ambas apreciaciones van de la mano, pues todo lo que Sergio Jaramillo logró construir con inteligencia, discreción, paciencia, perseverancia y hasta intransigencia fue justamente lo que Álvaro Uribe quiso impedir que se construyera. Sí, ese armazón tan complejo y tan difícil de acoplar que Jaramillo elaboró durante seis años fue precisamente el mismo que Uribe cogió a patadas y que, por fortuna, no logró desbaratar.

De modo que el hecho de que, simultáneamente, Jaramillo deje su cargo en medio de una ovación y la imagen de Uribe, por fin, comience a descolgarse es algo absolutamente lógico. Y será un fenómeno que irá en aumento, pues a medida en que la paz se consolide y que el país empiece a darse cuenta de que, efectivamente, las Farc cumplieron, que se acabaron como grupo armado, que entregaron sus armas y, lo que es más importante, que abandonaron su voluntad de usarlas, comenzará a aumentar la gratitud hacia los artífices del milagro.

Y así, mientras Sergio Jaramillo, quien paradójicamente fue la persona que, como funcionario de Uribe, redactó la política de seguridad democrática, trabaja a distancia como embajador ante la Unión Europea y regresa a esa vida de familia con la que soñaba y que había abandonado durante estos años de ausencias forzadas en aras de la persecución de la paz, Álvaro Uribe empezará a ver cómo, poco a poco, lo irá abandonando ese público incondicional que le aplaudía su incesante peleadera; sus permanentes llamados a la guerra; su incontrolable deseo de destruir cualquier logro de su sucesor; su impulso desenfrenado a desbaratar cualquier consenso, a impedir que la patria, su patria, camine para adelante; su llamado a la división de los colombianos y a la polarización del país, de las familias y de los grupos de amigos… Sí, Uribe, necesariamente, tendrá que irse quedando sin público porque ya su poderoso enemigo de marras, las Farc, dejó de existir. Entonces empezará a buscar nuevos enemigos, como los periodistas y, a raíz de cualquier comentario inocuo, inventará calumnias de las cuales tendrá que retractarse. Y ante la visita del papa, que vendrá a buscar la reconciliación de los colombianos, tendrá que pasar agachado a la espera de que su efecto apaciguador se diluya y él pueda encontrar un nuevo enemigo. Pero el público, hastiado de la polarización, irá dejándolo que gire solo en su círculo de odio…

Y Uribe se enfrentará a un problema muy difícil de solucionar: y es el de que él, que no puede vivir en paz consigo mismo si afuera no dispone de un poderoso enemigo, sólo dispone de un enemigo más potente y vigoroso que las Farc. Lo que pasa es que le queda muy complicado encontrarlo pues, para hallarlo, tendría que tener mucha más inteligencia, más humildad y más valor: ¿no ve, doctor Uribe, que su principal enemigo está dentro de usted? ¿No ve que su mayor enemigo es usted mismo?

¡Feliz viaje, Sergio Jaramillo! Y gracias, muchas gracias, por haber armado la estructura que les permitirá a mis hijos, y a los hijos de mis hijos, vivir en una Colombia en paz.

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