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EL RASTRO DE TU PADRE

NUMERO DE EDICIONES: 2

Explicación del contenido del libro:

"- Quiero hacer una investigación sobre los bancos de semen que hay en Nueva York, profesor Johnston.

- ¿Qué la mueva a investigar ese tema?

- Quiero descubrir quién es mi padre".

¿ Qué lleva a una madre a emprender sola la ruta de la maternidad? ¿Cómo crece una joven que sabe que su padre no fue más que un donante anónimo en un banco de semen?

 

Verónica de la Espriella tuvo un amor obsesivo, único. Se entregó a un hombre casado y no recibió nada a cambio. Atormentada por su desamor, decidió que viviría sola pero no se privaría del derecho a ser madre: su hija nacería por inseminación artificial. Pero las cosas no resultaron como esperaba.

 

Estrella creció con el amor inmenso de Verónica pero sin su padre. Y esa sombra ausente la llevó a alejarse de su madre a iniciar una búsqueda encesante de sus orígenes.

 

El rastro de tu padre de Patricia Lara explora con valentía la complejidad de la relación madre e hija. Una novela de intriga de una periodista acostumbrada a llegar al fondo de los temas.

 

Reportaje Hecho en CMI

El 23 de Febrero de 2016

Lanzamiento en la biblioteca Gimnasio Moderno

Prensa

Penguin Random Hause

PATRICIA LARA, El rastro de tu padre

Darío Jaramillo Agudelo

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Hay un objetivo primigenio en las prácticas de contar historias, un instinto que logra hipnotizar a quien sigue la narración, en fin, un arte que es el arte del suspenso. Común a la narración oral y a la escrita y, en ésta, común al cuento o a la novela: se trata de mantener la atención del lector, intrigarlo con una respuesta que aparecerá al final, una respuesta superior a los finales felices porque abarca toda clase de finales. Acaso esa intriga del lector sea uno de los principales artilugios para mantener su atención. Y, aquí, en El rastro de tu padre, la última novela de Patricia Lara, el suspenso está magníficamente administrado: muy desde el principio, la lectura está guiada por la búsqueda de la identidad de su padre que hace Estrella, una recién graduada psicóloga que ha viajado a Nueva York a hacer un posgrado o, más bien, que ha ido a averiguar lo de su padre bajo la cobertura de ir a la universidad.

 

El rastro de tu padre tiene dos voces narrativas, la primera, la de Verónica, una mujer madura, sesentona, jubilada del Ministerio de Relaciones, que muy joven se enamoró de Malik, un tipo ya casado, que la enloquecía en la cama pero que no le dio más. Y la muy obsesiva, se pasó los siguientes cuarenta años rodeada de su recuerdo, también físico, pues su casa estaba adornada con fotos del tipo, que desaparece de su vida. Decepcionada y sin desenamorarse, Verónica, que trabaja en ese momento en la delegación colombiana ante la ONU, decide concurrir a un banco de semen y preñarse de un individuo que desconoce. De ese embarazo nace Estrella, que se convierte en el total centro de atención de Verónica durante los siguientes veinticinco años, hasta cuando Estrella le deja el nido vacío y se va a Nueva York.

Es ahí cuando comienza El rastro de tu padre, donde se alterna la voz de Verónica con la de Estrella. Lo primero que descubre el lector es que madre e hija se adoran, pero eso no obsta para que la relación tenga aspectos muy ásperos. Para Verónica, el viaje de su hija es un abandono. No se explica cómo pudo dejarla sola, triste, huérfana al revés, huérfana de su hija. Para Estrella, adorando a su madre, el viaje es la liberación de una madre sobre protectora. Todo este conflicto, con sus altas y sus bajas, es contado desde los lados en primera persona, cuestión de enorme dificultad para cualquier narrador y que Patricia Lara resuelve con enorme sensibilidad.

 

El punto central de la novela es la búsqueda de su padre por parte de Estrella y, aquí, es fácil de adivinar cómo vive ella esa ausencia, tema que se expresa en la pregunta que le hace a Verónica: “¿por qué me sometiste a la incertidumbre de no saber de dónde vengo ni quienes son mis antepasados?”, una pregunta que supone una consideración previa de su parte: “lo que quiero saber es quién es mi padre. He vivido atormentada se sentirme  hija de un ser anónimo, o más exactamente de un líquido. Fui engendrada por negocio y concebida por egoísmo y locura. Ahora quisiera agotar el último recurso para encontrar a mi padre y decirle: mírame, papá, soy tu hija. yo necesito comprobar que ese hombre existe o existió. ¡Necesito saber de dónde vengo!”

 

Y si es este al aspecto central del asunto, no es el único; ni el más actual si tomamos en cuenta la manera con ahora funcionan los bancos de semen, que comenzaron bajo la estricta norma de ocultar la identidad de los proveedores del semen, norma que ahora bien puede no aplicarse.

Por supuesto, el reclamo se presenta desde un supuesto paradigma –los niños deben conocer a sus papás. Sólo que estamos en un época en que los paradigmas de la normalidad estadística y la normalidad moral han sido subvertidos por los hechos, y ya no podemos decir que una familia normal está conformada por papá, mamá e hijos. Ahora no es extraño que falten el papá o la mamá, o ambos, o que la palabra “hijos” vaya en singular, o que no vaya, o que los hijos sean de distinta madre o de padre diferente, o que la pareja no sea de papá y mamá, o que la pareja no sea una pareja y etcétera y etcétera y cada vez más etcétera.

 

Una novelista no tiene que echar teorías sino que su oficio es contar historias; y Patricia Lara es lo suficientemente lúcida como para hacer el contrapunto entre la historia de Estrella y su necesidad de conocer a su padre y la historia de su amigo Maurice, que tiene a su padre, lo tiene lejos desde que nació y, conociéndolo, quiere suprimirlo de su vida: “papá es un hombre difícil…, no le gusta que yo lo busque, detesta que lo llame, él aparece cuando quiere y no piensa en qué sucede si yo lo necesito. (…) Mi padre ni tiene tiempo para mí. Yo no le intereso. Y yo ya aprendí a hacer mi vida solo. Ya me acostumbre a vivir sin él”.

 

El caso es que aquí en El rastro de tu padre, también enfrentado a las preguntas sobre la inseminación artificial, sobre la estructura familiar, en fin, sobre el amor, durante doscientas ochenta páginas el lector se desliza bajo las preguntas de si Estrella hallará la identidad de su padre en una clínica de inseminación humana y si logrará conocerlo. Detectivismo puro. Y no les voy a contar si al final aparece ese papá. Pero se van a entretener montones en su sillón de lectores siguiendo los avatares de Estrella en Nueva York, siguiendo lo que le pasa a Verónica, viuda de su hija, que vuelve a tropezar con el mismo tipo que tuvo endiosado durante cuarenta años. Al final todo llega a un punto desde donde podría seguir con la misma cruel y a veces justa naturalidad que tiene la vida misma.

 

Darío Jaramillo Agudelo

 

Club de Lectura de Caracol Radio

Domingo 12 de Marzo de 2016

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EL TIEMPO

23 de febrero de 2016

Inseminación y racismo, temas del nuevo

libro de Patricia Lara

 

'El rastro de tu padre', la obra analiza temas coyunturales y polémicos de la sociedad actual.

Por:  CARLOS RESTREPO | 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Foto: Claudia Rubio / EL TIEMPO

Luego de una trayectoria periodística por EL TIEMPO, 'Alternativa' y 'Cambio', Lara incursionó desde hace algunos años en la ficción, con novelas como 'Hilo de sangre azul'.

 

¿Qué lleva a una mujer de hoy a inseminarse en un banco de semen y dejar a un hijo sin la oportunidad de conocer un padre? ¿Se trata de un acto de libertad frente a una sociedad machista o quizás de egoísmo?

Son algunas de las incógnitas que explora la periodista y novelista bogotana Patricia Lara Salive en su nueva novela, El rastro de tu padre, que presenta hoy en Bogotá (ver recuadro).

Lara cuenta la historia de Estrella de la Espriella, una hermosa joven negra de ojos verdes, quien decide irse a estudiar a Nueva York, aunque en realidad intenta reencontrarse con sus raíces. Fue en esa ciudad donde su madre, Verónica, una exdiplomática colombiana retirada, decidió inseminarse en un banco de semen, cuando su reloj biológico le advertía el tiempo límite para ser madre.

En su afán por saber quién fue su padre, Estrella emprende un duro camino hacia una verdad dolorosa pero liberadora, sobre su pasado.

Y detrás de Estrella también salió Lara, con su libreta y su bolígrafo en mano, para internarse en las entrañas de la Gran Manzana, donde escribió la novela. Una ciudad que le es familiar desde su época de universitaria.

“Recorrí las calles por donde anduvo Estrella, estuve en los cafés que frecuentaba, palpé el ambiente de la ciudad, consulté un banco de semen con la disculpa de que mi hermana quería inseminarse y yo estaba averiguándole opciones y procedimientos y, finalmente, a través de un actor negro, conocí esa dolorosa exclusión que padecen los negros y esa rabia contenida que llevan adentro”, anota la autora, cuya historia también se mete con la discriminación racial.

¿Cuál es la génesis de la novela?

Fue en la primavera del 80, cuando terminaba el master de periodismo en la Universidad de Columbia en Nueva York, que leí en The New York Times una noticia que me rondó en la cabeza desde entonces: ¡iban a crear un banco de semen de premios Nobel! Entonces yo era una periodista divorciada, de 29 años, con un único hijo de 8, que andaba conmigo de país en país; y soñaba con sentarme ante una mesa de comedor con ocho hijos y, si podía, con un marido que sirviera para papá y para marido, lo cual es difícil de conseguir en este país de caballeros que a las mujeres las prefieren brutas, como diría Isabella Santo Domingo. Por consiguiente, la idea de levantarme un semen de premio Nobel no me parecía descabellada. Después regresé a Colombia, me casé por segunda vez y, cuando tenía 38 y 40 años, tuve dos hijos más… De modo que el calendario me obligó a conformarme con 3 no más.

Es curioso que la protagonista escoge inseminarse con semen de un árabe...

No es curioso. Verónica (la protagonista), desde cuando era universitaria, estaba obsesionada con lo que ella creía que era el amor de Malik, un profesor de contabilidad, barranquillero de origen árabe, casado, idealizado por ella, pero en el fondo mediocre y deshonesto, quien, como la mayoría, le ponía los cachos a su mujer solo para darse el gustico, y después volvía a su casa cual angelito, para luego engatusar a otra de tetas más firmes o culo más redondito. Verónica no pudo, o no quiso, recuperarse de esa tusa. Entonces decidió que si llegaba a los 35 años, sin consolidar una relación con Malik, se haría la inseminación artificial porque soñaba con tener una hija. Y, así, pidió en el banco de semen que la inseminaran con esperma de árabe. Pero la niña nació negra, con los ojos verdes de Verónica. Eso es lo curioso…

¿Y por qué negra?

¡Porque me encantan los negros: su ritmo, su música, su forma de bailar! Cuando era adolescente, tenía fantasías inconfesables con Harry Belafonte. Y me fascina Obama. ¿Has visto cómo baila, cómo lleva el ritmo? ¡Me moriría por bailar un calipso con él! No por ser el Presidente de EE. UU., sino por su ritmo. Ese podría ser mi último deseo: bailar con Obama ese calipso de Harry Belafonte que dice: “Come back Liza, come back girl”. Sin embargo, hay una razón mucho más de fondo para que Estrella sea negra: quería protestar contra ese racismo nuestro; quería gritar contra la discriminación que hacemos de los negros en la escuela, en los hogares, en la calle, en los establecimientos públicos. Durante un panel en el pasado Festival de Música de Cartagena con Bruce Mac Master y dos profesores de la Universidad de Harvard, moderado por la ministra de Cultura de Uribe, Paula Moreno, ella habló de la necesidad de profundizar la inclusión en nuestra sociedad. Entonces contó cómo en Cartagena, por ser negra, en algún restaurante le estamparon la puerta en las narices para impedir que entrara; y en un ascensor del hotel Santa Clara un huésped le preguntó si ella era masajista; y reveló que a los negros no les gusta ir al Centro Histórico de Cartagena porque no se sienten bienvenidos. Hace poco escribí para El País de Cali una columna titulada ‘Racismo en casa’. Al leerla, mi amigo Antonio Urdinola me escribió: “Las ciudades con gran porcentaje negro como Cali y Cartagena practican una clara discriminación zonal. Los negros solo son aceptados en las zonas blancas como criados o policías...”. Y seguimos creyendo que no somos racistas. Es que el privilegio enceguece, me decía alguien.

La protagonista sufre un conflicto con su hija, cuando ella la cuestiona por la falta de un padre. ¿Ahí está implícito el tema de la mujer moderna que siente que ya no necesita de un hombre para ser madre?

No solo de la mujer moderna. Como en general los hombres no se ocupan de sus hijos (de hecho la tercera parte o más los abandonan), y muchos de los “buenos” no los acompañan a crecer, entonces las mamás, quienes en su mayoría ahora somos las principales proveedoras del hogar, nos vemos forzadas a cumplir la difícil tarea de ser papá y mamá al mismo tiempo, y acabamos creyendo que los hijos son nuestros no más. Y resulta que los hijos necesitan un padre, alguien que les sirva de faro y que, con amor, tenga la firmeza para fijarles límites no negociables. Y las hijas necesitan un papá, una especie de primer amor, que sea incondicional y que les permita después organizarse en pareja con un hombre que no las maltrate y las haga felices.

¿No cree que esta actitud de inseminarse y tener un hijo sin padre es algo egoísta?

¡Claro que lo es! Como egoísta es dejarse embarazar de cualquiera con tal de ser madre, o tener hijos con esos tipos que abandonan a sus mujeres cuando saben que están embarazadas y desaparecen sin reconocerlos ni responder por ellos. Pero, ¿sabes?, peor que tener un hijo sin padre es tener un hijo abandonado por él. Lo uno tiene explicación. Lo otro se convierte en una herida imborrable.

Y con el tema anterior, está presente también a lo largo de la trama la idea del abandono…

No, ese no es un abandono, es una carencia. Abandono es el que sienten los hijos no reconocidos, o los de padres y madres ausente.

El libro también toca el fenómeno del ‘nido vacío’ al que se ve Verónica expuesta cuando Estrella se va a Nueva York. ¿Qué le interesaba de ese aspecto?

Es que cuando menos lo piensas, inexorablemente, como un reloj de arena que no se detiene, te llega ese momento tan doloroso, especialmente para las madres cabeza de familia, que componemos cerca de una tercera parte de los hogares colombianos, en que los hijos se van felices de la casa a emprender su camino. Y así tiene que ser: es la ley de la vida. Pero nadie está preparado para eso, como tampoco lo está para recibir la muerte de los padres. Entonces se produce ese síndrome del nido vacío, tan poco comprendido por los hijos y tan inexplorado literariamente, cuando te encuentras con que esos espacios que te llenaban ellos –que son todos en el caso de las madres cabeza de familia– en un instante se te convierten en vacío. Y ese momento te llega justo cuando te queda poca energía para empezar de nuevo, porque la gran parte de ella la has invertido en tus hijos –te la han chupado ellos–, ya que para ti tú no eras la prioridad: tu prioridad eran tus hijos. Entonces te toca buscar con linterna los guijarros que queden de ti, recogerlos, armarlos, y empezar a caminar de nuevo, sola esta vez, en el momento en que ya un día te duele la espalda, al otro se te sube el azúcar, al siguiente te resfrías con cualquier chiflón, como decía mi abuelita… “Esa es la crisis más grande de una mujer antes de la muerte”, me decía mi sicoanalista sabia y vieja, Inga de Villarreal, una siquiatra holandesa a quien le dediqué esta novela, entre otros.

A través de la trama uno siente una reflexión en torno al amor en sus diferentes facetas: el paternal, el fraternal, el erótico…

Pero te falta el principal: el maternal. La novela se adentra en ese mundo tan complejo de la relación madre-hija. Y también reflexiona sobre para qué son los hijos: ¿son para que satisfagan a la madre, la acompañen y la cuiden en su vejez? ¿O son para que crezcan y se conviertan en seres autónomos capaces de volar lejos, así ello signifique que la madre queda sola? Esa es una pregunta que debemos hacernos todas las mamás.

Además de la falta del padre, usted hace referencia todo el tiempo al dolor de crecer sin hermanos…

Es que esa ha sido mi gran carencia. Yo daría la vida por tener una hermana o dos, o diez.

La estructura de la trama es una gran investigación periodística. ¿Era su intención rendirle homenaje también a este oficio?

No, fíjate que Estrella no es periodista. Se apoya en Sara Yunus, una periodista que protagoniza mi anterior novela, Hilo de sangre azul, y reaparece en esta. Tal vez sea un homenaje a mi papá, que era un investigador incansable, aunque fue empresario. En la Escuela Ricaurte, él fundó un periódico llamado Ideas, con su compañero Alberto Lleras (el expresidente). Y mira esta paradoja: ¿adivina quién era el director? Papá. ¿Y sabes quién era el gerente? Alberto Lleras. Como Antonio Caballero que era nada menos que el jefe de mercadeo de Alternativa.

¿A quiénes cree que tocará más esta novela?

A las mamás, a las hijas, a los tipos casados que les ponen los cuernos a sus mujeres, a las amantes de esos tipos, a los hijos abandonados, a los padres que los abandonan, a los negros, y a los blancos, a ver si por fin nos damos cuenta del dolor que les causamos a los niños negros.

 

 

CARLOS RESTREPO
Cultura y Entretenimiento

Entrevista de Patricia Lara en la Radio Nacional

Entravista - Radio Nacional
00:00

EL ESPECTADOR

CULTURA 27 FEB 2016

Un libro que explora la maternidad y la búsqueda del amor

La novela y las verdades profundas del ser humano

La escritora, periodista y columnista de este diario Patricia Lara habla sobre su más reciente novela, “El rastro de tu padre”, con la que demuestra que la ficción es una de las formas más directas de reflejar la realidad.

 

Por: Ángel Castaño Guzmán

 

El recorrido vital de Patricia Lara Salive (1951) la ha llevado a ser candidata a la Vicepresidencia de la República, fundadora del semanario Nueva Frontera y de la revista Cambio16, defensora del lector de El Tiempo y columnista de El Espectador y El País de Cali. El rastro de tu padre, su más reciente novela, explora los terrenos de la maternidad y de la búsqueda del amor.

 

En alguna parte usted dijo que decidió escribir novelas después de décadas de ejercer el periodismo, porque descubrió que la ficción refleja mejor la realidad. ¿Cómo llegó a esa conclusión?

 

Así es. Hay realidades inconscientes, impulsos profundos que muchas veces no conocemos, que son los que llevan a una persona a actuar de determinada manera. Por ejemplo, alguien que ha sufrido maltrato físico, sicológico o sexual en la infancia, es probable que en la juventud acabe buscando caminos aparentemente gratificantes pero que, en el fondo, lo conducen a un maltrato mayor. Entonces esas personas fácilmente pueden optar por irse a la guerrilla, o ingresar a bandas criminales o a pandillas callejeras, o las niñas pueden hacerse embarazar para huir del maltrato que sufren en sus casas. O una niña que ha tenido un padre ausente o narciso, puede también buscar parejas con las que repite esos esquemas que le causan dolor, de modo que nunca halle un hombre que la haga feliz, porque siempre estará tratando de buscar ese modelo de padre que le genera frustraciones y desamor. Y si se desea que las personas salgan de esos círculos viciosos, se requiere que realicen un tratamiento sicológico que las haga tomar consciencia de esas cáscaras de plátano que les pone el inconsciente y que les impiden alcanzar su felicidad. Pues bien, ese tipo de realidades inconscientes son plasmables en la ficción. Y, de pronto, hasta tienen la capacidad de hacer que algún lector, o espectador de una obra de teatro o de una película, tome consciencia de su propia realidad. En un reportaje usted no puede mostrar esas realidades inconscientes que, en últimas, son las que determinan las conductas de los seres humanos. Porque si las escribe, así, de frente, hasta lo pueden demandar por calumnia. Entonces, por esa razón, creo que las verdades profundas del ser humano se cuentan mucho más fidedignamente en las novelas...

 

“El rastro de tu padre” es una novela cuyo centro de gravedad es la ausencia: Verónica vive sin el amor de su vida, mientras su hija creció sin un padre. ¿Cómo tratar el tema de las relaciones humanas sin caer en lo trillado?

 

Las relaciones humanas son el tema, por excelencia, de la literatura. Esta ha mostrado siempre el mapa de los sentimientos, de las contradicciones, de los impulsos, de los conflictos humanos, las rutas del inconsciente... De modo que las relaciones humanas nunca son ni serán un tema trillado. Ahora, que los textos sobre ellas sean legibles y tengan impacto, depende de que sean tratados con una técnica adecuada, con un manejo acertado del idioma.

 

¿Qué tanto de usted hay en Verónica y en Estrella?

 

Pues todo y nada. Son personajes de ficción, en los que indudablemente proyecto realidades mías, pero también antítesis de esas realidades. Ellas son yo y no son yo.

 

Un punto importante de la historia lo constituye la relación de Verónica con Estrella: los altibajos de la maternidad. En los tiempos actuales, ¿cree que la maternidad tiene la importancia de antaño? ¿Qué lugar en la lista de prioridades ocupa esa experiencia en la vida de una mujer de hoy?

 

Creo que la maternidad siempre ha tenido y tendrá la misma importancia. Me explico, la necesidad de mamá que tiene un niño, es igual hoy que antes, sobre todo en los primeros tres años de vida, que son vitales en su desarrollo físico y emocional. El hecho de que la mujer trabaje hoy, no cambia esa realidad. Antes existían las nanas, que a veces eran más importantes para los hijos que las propias mamás. Ahora existen las guarderías, y las abuelas, y las empleadas del servicio. Y los niños pasan mucho tiempo solos, o delegados a un tercero. Y eso no es lo mejor para ellos. Cuando yo dirigí y presidí durante cuatro años la revista Cambio16 Colombia, y tenía un trabajo agotador, mis hijos menores, que se llevan dos años, oscilaban entre los 3 y los 9 años, y disfrutaban de una fórmula que me inventé y funcionó muy bien: al lado de mi oficina organicé un cuartico comunicado, con juegos y mesas de tareas para mis hijos, y ahí se la pasaban con la nana. Y hacían las tareas. Pero entraban y salían de mi oficina cuando querían. Y yo los veía y los oía permanentemente. Claro que correteaban por todas partes. Tanto que la Chiva Cortés, que era el gerente de la revista, los bautizó “Los Palestinos”, pues decía que así como los palestinos no tenían patria, mis hijos carecían de casa. Pero eso sí, cuando los viernes había cierre de revista, mis hijos permanecían en mi casa con la nana, y yo me quedaba trabajando hasta las 3 de la mañana y, por supuesto, el sábado me levantaba al mediodía. ¡Y, claro, ellos odiaban los cierres! ¡Y todavía hoy los recuerdan con horror! Porque era el momento en que se sentían abandonados por su mamá… Por supuesto que ese sistema podía implantarlo yo porque tenía una posición directiva. Pero varias empresas, donde trabajan muchas mujeres, como las de flores, tienen guarderías y las mamás pasan ratos con sus hijos durante el día, y eso motiva a las madres a trabajar mejor y así los niños crecen sanos desde el punto de vista emocional.

 

A Estrella la une con Maurice un gusto acentuado por el rock clásico y por el jazz. ¿Qué canciones y artistas le han servido a la hora de escribir? ¿Cuáles componen la banda sonora de su vida?

 

La banda sonora de mi vida, indudablemente, son los Beatles. Me gustan también Simon & Garfunkel, Bob Dylan, The Rolling Stones… Y el jazz –Ray Charles, Chet Baker, el gran maestro Keith Jarrett, Chucho Valdés–, y Whitney Houston y Rodriguez, y Buika, y Eduardo Cabas, y tantos… Pero para hacer este libro, fundamentalmente tuve en cuenta canciones que le gustaban a mi amigo Mario Ochoa (q.e.p.d.), a quien le dediqué esta novela, las que él cantaba y algunas compuestas por él. Y hago un mea culpa público pues no les di el crédito de su autoría a las suyas incluidas en esta edición de El rastro de tu padre. Pero se lo daré en la segunda edición, ¡ya que espero que este libro, para todos los públicos y tan fácil de leer, se reedite muy pronto!

 

Luego de publicar libros de no ficción y de ficción, ¿qué tanto incide el oficio periodístico en su escritura novelística y viceversa?

 

El método periodístico incide mucho en mis libros de ficción. Por ejemplo, me queda muy difícil no usar la técnica de la cámara, hablar en imágenes, que es la metodología que uso para hacer reportajes. Mis libros son como historias para cine, para telenovelas. No sé si eso es bueno o es malo. Pero así son. En mí influyeron muchísimo los textos periodísticos de Hemingway, los que hizo como corresponsal de guerra: allí la guerra se ve, se toca, se siente, duele… Y eso es lo que nos falta aquí: mostrar la guerra, transmitir a los lectores el dolor de las víctimas, el color y el olor de la sangre: le aseguro que después de leer esas descripciones, serán muy pocos los que quieran continuar en guerra. No es sino leer los textos de la nueva premio nobel, Svetlana Alexiévich –su libro La guerra no tiene rostro de mujer–, a ver si después de hacerlo alguien puede decir que la guerra siga... Aquí nos sobra el periodismo de opinión y nos falta el gran reportaje. Y eso es lo que yo hago en mis libros: reportajes periodísticos en unos y en otros, como en El rastro de tu padre, grandes reportajes de ficción.

 

Cuando una periodista es noticia literaria

Patricia Lara logra una novela de esas que aparecen esporádicamente, para elevar el nivel de las publicaciones en Colombia. Al leer “El rastro de tu padre”, el lector no perderá su tiempo

 

Por:  María Cristina Restrepo | septiembre 01, 2016

Las 2 orillas

He pasado estas mañanas leyendo la última novela de Patricia Lara, El rastro de tu padre, y debo confesar que las sorpresas han sido muchas. Esperaba encontrarme con un buen trabajo. Descubrí una novela de esas que aparecen esporádicamente, saliéndose de la norma para elevar el nivel de las publicaciones en Colombia, lo cual a todos conviene: al público por poder acceder a un buen libro, cosa que no siempre permite el mercadeo. A los escritores, pues la exigencia aumenta, obligándolos a ejercer con mayor rigor su oficio, a los editores, que mantienen la calidad de sus libros, el prestigio de su empresa.

La novela se enfoca en el tema de la ausencia, del abandono, de las diferentes maneras como los seres humanos afrontamos las pérdidas, la carencia de afecto. Una madre, Verónica de la Espriella, trata de olvidar su amor perdido —pero vivo en el recuerdo de manera obsesiva—, con el fin de recobrar la libertad interior. Su hija Estrella, concebida mediante inseminación artificial, la deja sola en Bogotá para descubrir quién es su padre biológico, recuperando así la identidad. En medio de estas grandes líneas temáticas se entretejen asuntos como la ausencia, las ambivalentes relaciones entre madre e hija, el amor de pareja, el engaño, la dependencia, el sicoanálisis.

Los periodistas, cuando además son buenos narradores, siempre me han intrigado. Es más corriente verlos destacarse en una de las dos disciplinas, mientras se desempeñan con mediocridad en la otra. Lo cual, definitivamente, no es el caso de Patricia Lara. Es justo reconocer su versatilidad para dejar de lado la difícil objetividad del periodista, la distancia y racionalidad que debe mantener con sus temas, para entregarse a la creación libre, a la improvisación, al juego de la imaginación, de las emociones, de los recuerdos. Asuntos bien trabajados en esta historia que tiene como geografía a Bogotá y Nueva York, escrita con la buena prosa de quien no busca probar nada, pues no lo necesita.

No existen géneros superiores o géneros inferiores, cuando se trata de las letras. No considero que la poesía sea una manifestación artística más elevada que el ensayo, ni que la novela cuente con mayores méritos que la crónica. Hay buenas y malas poesías, buenas y malas crónicas, buenas y malas novelas. Abundan ejemplos de excelentes periodistas que también han escrito bellísimas obras literarias, entre ellos García Márquez, por supuesto, Tom Wolfe, Graham Green, Marguerite Duras, incluso el propio Charles Dickens, figuras que han hecho gala de su destreza, moviéndose entre dos exigencias.

 

En periodismo se esfuerza por hablar desde la mesura, frente al computador escribiendo una novela, se entrega de lleno a ese juego entre la razón y la intuición

 

En este país, donde algunos periodistas se revelan como apasionados fundamentalistas para lanzar acusaciones sin fondo, fungir  de parafiscales, destruir por capricho, o resentimiento, o por las razones que sea la fama de algunos, que persiguen a sus enemigos o a los enemigos de sus amigos de manera encarnizada, regodeándose en su poder, Patricia Lara se ha caracterizado por la mesura al expresar las opiniones, al dar a conocer el resultado de sus investigaciones. Puede que no se esté siempre de acuerdo con ella, cosa que aceptará de buen grado. Pero es innegable que cuando hace periodismo se esfuerza por hablar desde la mesura, y que, cuando está frente a la pantalla del computador para escribir una novela, se entrega de lleno a ese juego entre el consciente y el inconsciente, entre la prosa apresurada con el fin de no dejar escapar una idea y las cuidadosas correcciones, entre la razón y la intuición.

¿Cómo lo logra? Ojalá lo supiéramos. Imaginemos que durante el día es una periodista con todas las de la ley, por las noches una consumada novelista. Un modelo a seguir en un medio como el nuestro, pues salvo casos contados, en Colombia un escritor encuentra imposible vivir de su oficio, lo cual lo obliga al difícil malabarismo de ejercer simultáneamente dos profesiones.

Es cierto que El rastro de tu padre cuenta con un plan cuidadosamente elaborado, eso salta a la vista. Cada capítulo tiene su razón de ser en el conjunto de la novela, cada pasaje, cada diálogo, encaja en el contexto. Pero a partir de allí se intuye el juego de la fantasía, el ejercicio de la libertad para improvisar, alterar, omitir o contar de una determinada manera.

Noticias como la guerra en Colombia, la violencia contra los niños, el narcotráfico, los desfalcos, la minería ilegal, los desplazados, el plebiscito (temas para muchas novelas), cambian, adquieren otras connotaciones, se agravan, mejoran, desaparecen. Existen otras, como las trabajadas por Patricia en su novela, después de haberse ocupado de las primeras. Esas que entrega a los lectores, ávidos por saber si la joven Estrella encontrará quién fue el donante que le permitió a su madre engendrarla, o si la historia de amor y abandono por parte de un amante cobarde, llegará a buen fin. Lo que sí garantizo, es que al leer El rastro de tu padre, el lector no perderá su tiempo.

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